Ilustración: Teresa Cebrián |
Por José María Ruiz
En el mundo de Rosa
había dos cosas que la llenaban de felicidad: la comba y las matemáticas.
Naturalmente, la comba elevaba su espíritu. Lo mismo saltaba con una pierna que
con dos, lo mismo con una cuerda que con dos. No había recreo en el
que Rosa no jugase a la comba. Para la comba, Rosa era la bomba.
Rosa tenía nueve años
y dos coletas en el pelo; claro que, algunas veces, Rosa solo tenía una coleta
en el pelo. Una vez intentó ponerse tres coletas, pero no le gustó. Incluso
había ocasiones en que Rosa no llevaba coleta. El pelo de Rosa era castaño y
liso. Rosa se lo cepillaba todos los días.
Rosa utilizaba un
lapicero y una goma de borrar para llevar a cabo el entramado de cuentas que su
profesora escribía en la pizarra. Le gustaba mucho multiplicar, algo menos
dividir; para ella todo era sumar, la resta le restaba el valor a los números.
¡Ay, qué contenta se puso cuando descubrió los números romanos! Rosa tenía IX
años cuando la propiedad conmutativa llegó a sus oídos. Los números conllevaban
unos problemas que tenían una solución exacta: diez perros tenían cuarenta
patas, cuatro patos tenían ocho patas.
Números y comba
alegraban su mirada; o también el regaliz negro y sacar a su perrita Lala a
pasear por el parque. Por la noche no sacaba a pasear a Lala porque estaba muy
oscuro, claro que por la mañana iba al colegio paseando junto a mamá y Lala.
También había dos
cosas que enfadaban mucho a Rosa: las letras y la sopa. En el colegio no le
gustaba nada cuando la profesora María decía que iba a hacer un dictado: “La
bieja señora bajó las gajas y miró por encima de ellas alrededor del cuarto;
luego las suvio y miro acia fuera por devajo de las mismas. Raras beces…”. Rosa
metía muchas faltas de ortografía. ¡Cómo era Rosa para las letras! ¡Cómo era
Rosa para las palabras!
Rosa, que tenía nueve
años, lo mismo comía macarrones que unas salchichas, lo mismo mortadela que una
coliflor, lo mismo unas sardinillas que unas lentejas, lo mismo unas albóndigas
que unas patatas… Sí, Rosa comía hasta pan, pero lo que no le gustaba nada era
la sopa.
Y aunque su madre
sabía que a Rosa no le gustaba la sopa, un día sí y otro también tocaba sopa.
Sopa de fideos, sopa de ajo, sopa de cocido, sopa de verduras, sopa de pescado,
sopa de estrellas, sopa de arroz, sopa de marisco… Y Rosa se demoraba comiendo
la sopa. ¡Qué aburrido era comer sopa para Rosa! ¡Qué caliente estaba la sopa
cuando se la servían! ¡Qué fría estaba la sopa cuando la terminaba de comer!
––Mañana sábado viene
la abuela Felicidad ––dijo la madre de
Rosa.
“¡Qué bien! ¡Qué
bien!” pensó Rosa, porque siempre que venía la abuela Felicidad comían
canelones de salmón. ¡Qué rica estaba la bechamel que hacía la abuela!, y
además siempre traía lenguas de gato. ¡Qué chocolatinas más ricas eran las
lenguas de gato!
Rosa despertó con
alegría el sábado, y antes de nada arregló su habitación, lo mismo hizo la cama
que recogió los juguetes que andaban por el suelo, pasó unos minutos bajo la
ducha y después desayunó un vaso de leche con seis galletas. Llegó el momento
de terminar los deberes que habían mandado en el colegio y al fin cogió la
comba y bajó al parque a jugar con sus amigas.
Alegre transcurría el
día, alegre subió a casa cuando se cansó de jugar, alegre se puso al ver a la
abuela.
––Rosa, ¡qué guapa estás!
––Hola, abuela.
––¿Sabes lo que te he
traído?
––¡Lenguas de gato!
––¡No!, hoy no. Hoy te
voy a dar un mundo de fantasía, el mundo lleno de aventuras de un niño que se
llama Tom Sawyer. Un libro muy divertido.
––¡Un libro! ––decepcionado era el tono de Rosa––. ¿Qué vamos a comer?
––Una cosa muy rica,
muy rica ––dijo la abuela.
––¿Canelones?
––¡No!, hoy no. Hoy
vamos a comer una sopa de letras.
––¡Sopa! ––exclamó medio llorosa Rosa.
––Venga, ve poniendo la
mesa que comemos en cinco minutos.
Ahí colocó el mantel,
el pan, los cuchillos, las cucharas, los vasos, la jarra de agua, los platos
hondos, los tenedores y la fruta. Ahí llegó la abuela con el perolo y tres
cazos de sopa llovieron sobre el plato de Rosa.
––Ten cuidado con la
sopa que está muy caliente ––le susurró la abuela––. Ten cuidado con la sopa que es mágica.
¿Cómo podía ser
mágica una sopa? Ella había comido miles de sopas y para nada eran mágicas,
claro que quien las hacía era mamá. Miró la sopa, la removió con la cuchara y
al final decidió comer un poco.
––Sopla un poquito, no
te vayas a quemar la lengua ––le volvió a susurrar
la abuela.
Rosa sopló y vio cómo
aparecía un “HOLA” en las letras de la
sopa. Se comió la cucharada.Volvió a llenar la cuchara de sopa y sopló. “OLA” se veía ahora.
––Abuela, cómo se
escribe “ola”.
––Depende de lo que
quieras decir ––le contestó––. Así, cuando saludas a mamá, dices “hola, mamá”, pues ahí va con hache.
Sin embargo también está la ola del mar, y esa no lleva hache.
Y en cada cucharada
de sopa que iba a comer aparecía una palabra: “BESUGO”,
“RANA”, “LIBRO”, “PRINCESA”, “SILLA”, “SOPA”, “BACA”, “VACA”…
––Abuela, cómo se
escribe “vaca”.
––Depende de lo que
quieras decir. Así, “vaca” con uve es el animal, mientras que “baca” con be se
refiere a un artefacto en forma de parrilla que se coloca en el techo de los
coches para llevar los bultos.
Y siguió comiendo y
leyendo palabras: “PERA”, “CABEZA”,
“COMBA”, “TOM”, “SAWYER”, “PIZARRA”,
“NUEVE”…
––¿Te gusta la sopa?
¿Es divertido comer sopa?
––Sí, abuela. Está muy
rica la sopa.
––Después de comer me
tienes que leer el principio del libro que te he regalado. ¡Ya verás qué
divertido es!
Y cucharada a
cucharada se comió toda la sopa, se comió todas las letras.
––¿Vas a comer sopa
mañana?
––¡Sí!, pero que sea
sopa de letras.
Y Rosa, con las
letras de la sopa, empezó a ver las pe, las zeta, las eme; también veía las
hache, las uve. Veía cómo las letras se juntaban para formar una palabra, “ACAECE”.
––Mamá, ¿qué significa
“acaece”?
––Cuando acabes de
comer lo buscas en el diccionario, ahí viene el significado de todas las
palabras.
Así, Rosa
empezó a sentir la pasión por las letras y el gusto por la sopa. Así, Rosa
empezó a leer “Las aventuras de Tom Sawyer”, ese libro que le había regalado la
abuela. Ahora Rosa era feliz jugando a la comba, resolviendo problemas
matemáticos, comiendo sopa y divirtiéndose con las letras.
Será porque la protagonista se llama como yo, o porque mi abuela también llevaba a casa Lenguas de Gato, o porque de pequeña me gustaban "Las aventuras de Tom Sawyer" y formar palabras con la sopa de letras. En fin, que el cuento ha conseguido hacerme retroceder en el tiempo a esa etapa tan estupenda de la vida que es la niñez y me ha encantado...
ResponderEliminarGracias. Son las palabras que buscan el corazón y esta vez lo han encontrado.
ResponderEliminarGracias, Rodima.