Por Esperanza Goiri
En definición de la R.A.E. epitafio es la inscripción que se pone, o se supone puesta, sobre un sepulcro o en la lápida colocada junto al enterramiento. Es un sustantivo procedente del latín epitaphium, compuesto de dos voces griegas epi, sobre, y taphos, tumba.
En la antigüedad los epitafios eran los versos que se dedicaban a un difunto. Se pronunciaban en el momento de su enterramiento y se repetían, posteriormente, en las fechas destinadas a recordarlos.
En la cultura griega, los epitafios se convierten en un género literario y son escritos, en su mayoría, en verso. Eran composiciones poéticas breves, íntimas y sentimentales destinadas a honrar al difunto.
Al contrario que la elegía, el epitafio debe ser breve y conciso. Tiene que ser corto, en primer lugar, porque no es posible extenderse mucho en la limitada superficie de una lápida. Otra razón, histórica, es que los romanos realizaban sus enterramientos cerca de los caminos y los epitafios estaban destinados a ser leídos sin obligar al caminante o viajero a detener su paso. Debían captarse de pasada: Adiós, vosotros que vais por el camino. Aquí yazco yo, Sosibio.
Sin duda se trata de un género difícil. Reducir la vida de un ser humano a unas pocas estrofas, que describan su esencia, precisa de mucho talento. Lo cierto es que se fueron haciendo cada vez más literarios y se ha ido primando en su redacción el ingenio, la ocurrencia y la imaginación.
Actualmente, los epitafios han caído en desuso y lo habitual es que sólo conste el nombre, apellidos y las fechas de nacimiento y muerte del finado.
Para que un epitafio sea considerado bueno debe ser memorable o, al menos, hacer pensar y reflexionar a quien lo lee: Es más digno que los hombres aprendan a morir que a matar (Séneca) o este otro: No era y llegué a ser. No soy y no me importa (Cirene). Igualmente, debe definir a la persona a la que va dedicado: Una tumba es suficiente para quien el Universo no bastara (Alejandro Magno).
Hay infinidad de epitafios: divertidos, ocurrentes, sarcásticos, sentimentales, dramáticos, irreverentes, poéticos, filosóficos…; la creatividad y la imaginación no tienen límites. Pero todos ellos denotan la intención de permanecer en la memoria de los demás, de trascender la pura existencia terrenal.
Su redacción no es tarea leve y pueden ser escritos en vida por el propio interesado, que confía en que sus allegados cumplan su voluntad y respeten sus palabras, o bien ser redactados por alguien próximo al difunto, en cuyo caso hay que confiar en la opinión de los demás y cruzar los dedos para que nuestro recuerdo quede inmortalizado de manera airosa.
Pueden servir para honrar, homenajear y expresar admiración por alguien: Lo que no es frecuente en una mujer, ser excelente a la vez que sensata, eso lo alcanzó Glícera (Pireo, ca. 360 a. C.)
Igualmente, dan ocasión de ajustar cuentas o manifestar el alivio que una ausencia provoca en su entorno más inmediato: Aquí descansa él y en casa descansamos todos (Popular); o el que Groucho Marx dedicó a su “querida” suegra: Rip, Rip, ¡hurra!
Los buenos epitafios facilitan información clave sobre la persona a la que están destinados. Por ejemplo, en el caso de que alguien no conociera al escritor Miguel Delibes al leer su epitafio: Espero que Cristo cumpla su palabra; podrá deducir que se trataba de un católico practicante que al cumplir su parte del trato espera que el otro haga lo propio. Sumamente revelador es el del filósofo Miguel de Unamuno: Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo. Orson Welles deja traslucir su egocéntrica personalidad: No es que yo fuera superior. Es que los demás eran inferiores.
Capitulo aparte merecen los que ni en el momento de la muerte dejan de manifestar su sentido del humor. Podemos citar entre ellos: Ya decía yo que ese médico no valía mucho (Miguel Mihura, escritor de comedias);The End (Buster Keaton, actor cómico del cine mudo); Aquí yace Molière el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y de verdad que lo hace bien (Molière, actor y dramaturgo francés). Igualmente ingenioso es el de un difunto que pesaba 140 kilos y había probado de todo para adelgazar: Por fin me quedé en los huesos. Tampoco tiene desperdicio el epitafio de Johann Sebastian Bach: Desde aquí no se me ocurre ninguna fuga o la inscripción en la tumba de Marlon Brando: Otra vez protagonista de la ley del silencio.
"El juego ha terminado" |
Si bien es verdad que los epitafios ya no se estilan, sí que se está poniendo de moda el “necroturismo” o turismo de cementerio que consiste en visitar camposantos que destacan por su belleza y singularidad o por alojar a difuntos famosos. El de Pére-Lachaise en París, la Recoleta en Buenos Aires, el de Xoxocotlan – Oaxaca, México, el cementerio alegre en Sapanta (Rumania), el de Highgate en Londres, el de Arlington (Washington)o el viejo cementerio judío en Praga son algunos de los más conocidos. Se trata de disfrutar del arte, la historia y la cultura que encierran entre sus mausoleos, esculturas e inscripciones estos reductos de paz y sosiego. Los muertos siguen enseñando a los vivos.
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