José María Ruiz
¿Realmente una foto vale más que mil palabras? Quizá cabe decir que nuestro mundo, ese mundo por el que transitamos, pervive en fotos mentales. Qué otra cosa es el recuerdo, que conforma la base de nuestro ser y nuestros sentimientos, esa memoria que enfoca un hecho para hilvanar una estructura de adjetivos que la fotografía, la mayoría de las veces, no logra alcanzar.
Más cuando hoy somos potenciales fotógrafos de la mano de los celulares, teléfonos móviles con los que creemos capturar todo, inclusive a nosotros mismos, el simpar “selfi” (o como venga a escribirse). ¿Un ejercicio de onanismo? (categóricamente elevado por un palo). Una obra, en cualquier caso, donde el arte fotográfico pierde su arte. ¿Dónde ha quedado el encuadre, la medición de la luz o la apertura focal? Hoy se llama fotografía a cualquier cosa.
Hasta resulta aburrido darle al clic, ese hacer una foto por hacerla, arrancar una instantánea sin más. Fotografía sin pie de foto. Y tal resulta la cantidad de fotos que tiramos que la memoria viene a perderse, se nos desvanece en su presencia.
Tamaña cantidad de material gráfico venía a darse, ha tiempo, en las celebraciones familiares: el álbum fotográfico llevado a cabo por un profesional (al que podían adjuntarse las fotos amateurs). Lo cual vino a complementarse con la aparición del vídeo, sí, ya tenemos el vídeo de la boda, el vídeo de la comunión, el vídeo del bautizo…, todos emulando el realismo de las películas, todos nos convertimos en actores sin capacidad de interpretación.
Esta interpretación llega a transmutarse en dirección cuando nos ponemos a grabar vídeo a través del teléfono móvil. Ciertamente, hay quien va a un concierto de rock y, en lugar de verlo y vivirlo, viene a sacar el celular para llevar a cabo la grabación del mismo. No solo termina viendo el concierto desde la pantalla del móvil, sino que además, la escritura “cinematográfica” resulta toda una nulidad. De hecho, he aquí un punto donde la escritura propiamente no existe.
A ese maremágnum viene a imponerse la foto mental; como también el ejercicio de redactar el recuerdo que exige un examen introspectivo en busca de la verdad a exponer. Como ejercicio fotográfico no alcanzará la profundidad de campo que supone la redacción de un diario, pero sí se permitirá poner el objetivo sobre un plano detalle, es decir, lanzar una carta al viento.
De esta manera, en mil palabras, por ejemplo, podemos aventurarnos a transcribir un hecho puntual para otorgarle la importancia que bien merece, y a través de este relato (tanto sustantivo como adjetivable), desnudarnos en franqueza. Bien podemos escribir la materia de los sentimientos. ¿Por qué no? En palabras bien se puede fotografiar ese momento especial en tu vida.
La escritura como relato fotográfico, la escritura como regalo emocional, la escritura incluso de esas anécdotas convertidas en relato oral… La escritura de la memoria de lo esencial. Queda expuesto: una carta de amor a nuestros recuerdos. Un fotografía en letras, en palabras, en frases, en relato.
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