René Magritte.Decalcomanía (1966) |
Por Marisa Díez
Los amigos imaginarios son los primeros personajes a los que les contamos nuestra vida. Aparecen de manera espontánea y a menudo permanecen durante años junto a nosotros. En ocasiones recurrimos a ellos sin darnos cuenta y, de repente, te encuentras conversando en silencio con quien te ha acompañado desde niño, dándote su apoyo y sin juzgarte más allá de lo estrictamente necesario.
Hay personas que jamás han convivido con este tipo de personajes. Sin embargo, a veces, mientras hablamos con nosotros mismos, hemos sentido esa presencia que nos alivia en nuestra soledad. Alguien de quien, por irracional que parezca, podemos escuchar consejos e incluso sentir ligeras palmaditas en la espalda.
Un amigo imaginario, en la infancia, podía ser una persona, un animal, o incluso algún famoso cantante al que admirabas hasta el extremo de atreverte a confesarle tus secretos más íntimos. A veces, hasta te inventabas un nombre y apellido para él. También podría tratarse de algún compañero de juegos al que siempre quisiste parecerte un poco; la muchacha triunfadora de tu clase o el chico aquel al que veías pasear por el barrio y a quien jamás fuiste capaz de dirigir ni una sola palabra.
Tu amigo imaginario, cuando estabas a solas con él, contestaba tus preguntas y resolvía tus dudas más acuciantes. Casi siempre respondía aquello que necesitabas escuchar. En ocasiones, pero muy de tarde en tarde, te castigaba con un pequeño rapapolvo que enseguida compensaba con un par de frases amables. Porque tu amigo, ante todo, jamás te censuraba, y lo utilizabas para reafirmar que estabas en el camino correcto. Por eso siempre lo llevabas incorporado de manera permanente en tu vida. Con la tranquilidad de saber que nunca te reprocharía tus comportamientos, aunque fueran inadecuados.
Un día decides olvidarte de esa sombra que te ha acompañado desde la infancia y te dispones, sin saber bien el porqué, a borrarla de tu camino. La dejas guardada bajo llave en tu baúl de los recuerdos, o en esa cajita de zapatos en la que conservas todas las reliquias de tu pasado a las que no puedes renunciar. A pesar de todo, tu amigo imaginario puede volver en cualquier momento a pasearse por tu vida, porque nunca llegaste a desprenderte del todo de él. Le necesitas en momentos puntuales de tu existencia en los que nadie más conseguiría comprenderte mejor. En su cuerpo etéreo y su alma irracional concentraste todos tus esfuerzos para darte a conocer en tu realidad más íntima. Tu amigo imaginario podría escribir tu historia personal de una tacada y sin pestañear, porque sabe tanto de ti que no necesita rebuscar en viejas fotografías ni conversar contigo durante un par de sesiones para que le cuentes tus recuerdos más íntimos. Tu biografía forma parte de su propio ser. Sólo tienes que rescatarle durante un tiempo e incorporarle de nuevo a tu vida. Pasajes del ayer que sentías totalmente olvidados y que se asoman con pasmosa facilidad desde un lejano rincón de tu memoria. Haz la prueba. Tu amigo imaginario podría escribir tu biografía más completa.
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