La caja de zapatos de Scout |
Por José María Ruiz
Para muchos estas fechas han sido días de playa, y quién no ha paseado por la orilla del mar y ha echado mano a alguna concha… El objeto físico como recuerdo, el ente palpable que nos retrotrae. Verdaderamente, el mítico cubo de conchas nos sobrepasa, pero casi siempre alguna ha hecho el camino de vuelta con nosotros.
Allí, en el armario, ubicaremos esa hermosa concha, y cada vez que nuestros ojos se posen en ella una pequeña historia de aquel verano nos asaltará. La asociación se creará: concha-mar-verano-recuerdo. Si bien, quizá en la mayoría de las ocasiones no queramos que nuestros recuerdos queden tan expuestos, de ahí que tendamos a guardarlos como un tesoro íntimo.
Un objeto, un recuerdo; muchos objetos, muchos recuerdos… Objetos que para nada son unos suvenires comprados con unas monedas. Ellos poseen un incalculable valor sentimental, y ante tamaña riqueza nada como una simple caja de zapatos para ser garante de ese vergel de humanidad.
Al abrir esta página de La vida en su tinta vienen a mostrarse una serie de fotogramas de distintas películas, y Matar un ruiseñor es una de ellas, película en cuyos títulos de crédito iniciales bien se observa el tesoro de objetos que conserva la niña protagonista, Scout. Así, en cada uno de ellos vive una historia.
¿Tienes una caja de zapatos? La mía no es muy rica, quizá algo monotemática, aunque ahí está, conservada con cariño. Así, por ejemplo, conviven una piedra plana negra, hija de la playa mediterránea; algunas entradas de cine, más que por la película por la compañía; algunos billetes portugueses, de aquel viaje de fin de curso tantos años atrás, aquellos días donde el euro no se llevaba; algunas postales (afiches de cine), en mayor medida películas que vine a disfrutar en una edad infantil (La batalla de los simios gigantes), toda una ternura la de esos carteles con dibujos…; algún cromo de fútbol, símbolo de aquellos álbumes que hemos llevado a cabo y en especial manera con el protagonismo de mi jugador predilecto; unas pocas chapas, representantes victoriosas de aquellas etapas ciclistas; otras tantas canicas, ya sean de cristal, de colorines o de acero; una cinta de pelo, un regalo de amistad; un soldadito de plomo, reminiscencia del cuento infantil y su moraleja; y no hay conchas, pero sí hay…
Sí, muchos puntos suspensivos viven en esa cámara acorazada que es la caja de zapatos. Una simple y vulgar caja de zapatos alberga una riqueza incalculable. No cabe evaluar el goce que sentimos cuando la mirada y las manos sustentan esos mágicos objetos, mágicos porque nos permiten viajar en el tiempo. Quizá podría hablarse de añoranza. En mi ser prefiero concretarlo en el hecho sentimental que nos hace más humanos: una ternura especial renace en ellos, ya que una parte de nuestro corazón late en esa magnífica caja de zapatos.
Sí, estamos ante objetos que nos significan.
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