Flashback



Por Juana Celestino

Ilustración de Pablo García

El flashback es una técnica que se utiliza, tanto en el cine como en el relato literario, cuando se interrumpe la narración en curso y se nos remite a un episodio del pasado, casi siempre con la intención de capturar un momento importante que explica el presente del personaje o las circunstancias en que se estaba desarrollando. El término anglosajón se utiliza también en psicología relacionado con trastornos de estrés postraumático; la alteración de la secuencia cronológica de la historia del individuo conecta el presente con el pasado mediante un asalto de imágenes que surgen cuando una señal dispara los recuerdos, sin ningún esfuerzo consciente, y le obligan a reparar en ellas trasladándolo al pasado. En este estallido de la memoria los recuerdos no se reviven en positivo, sino todo lo contrario: las imágenes de experiencias traumáticas pasadas, olvidadas, agreden emocionalmente la realidad presente contra la propia voluntad.

Entre todos estos ámbitos -psicológico, cinematográfico y literario-, en donde podemos encontrar numerosos episodios (agradables o no) de esta intrusión de recuerdos, voy a centrarme en el último. Concretamente en el flashback (asociado a un momento feliz) más famoso de la historia de la literatura, el conocido como “la magdalena de Proust”.

En el libro Por el camino de Swan, primer volumen de la monumental obra de Proust En busca del tiempo perdido, el autor francés escribe: “En el mismo instante en que ese sorbo de té mezclado con sabor a pastel tocó mi paladar... el recuerdo se hizo presente... Era el mismo sabor de aquella magdalena que mi tía me daba los sábados por la mañana. Tan pronto como reconocí los sabores de aquella magdalena... apareció la casa gris y su fachada, y con la casa la ciudad, la plaza a la que se me enviaba antes del mediodía, las calles..."

Con este pasaje, Proust nos muestra cómo es posible desdoblar el tiempo a cada instante en presente y pasado, dando como resultado una autobiografía imaginaria de más de tres mil quinientas páginas. Un flashback brutal. La obra de Proust es la reconstrucción de una vida a través de lo que el escritor francés llamó «memoria involuntaria», según él la única capaz de presentarnos el pasado de forma sensible, con la totalidad y la plenitud de lo que es un recuerdo. Es así como a través de un dulce, símbolo del poder evocador de los sentidos, el escritor nos muestra la capacidad de disfrutar del aroma y el sabor de otro tiempo.

Proust no entiende el regreso al pasado solo como un mecanismo del conocimiento, como un experimento científico o como un proceso psicológico (en esa misma época Sigmund Freud abordaba esta regresión en Viena desde el inconsciente), sino más bien como una búsqueda personal, cuya meta principal consistirá en recobrar lo que en apariencia es irrecuperable: el tiempo.

En sus devaneos con el tiempo, el escritor francés nos dice que el pasado no muere en nosotros, ni guarda su información como si de un archivo organizado se tratara; el pasado está, ahí, aferrado a la experiencia sensorial, y el encuentro con una impresión ya experimentada nos llevará a revivirlo automática e involuntariamente. Para Proust, la vida, la realidad, son impresiones donde la memoria sensitiva actuaría como el motor desencadenante de recuerdos. Así, el espacio, el tiempo y la memoria solo se pondrían en funcionamiento mediante los sentidos más primarios. En este tipo de experiencias, nosotros seríamos sujetos pasivos, meros receptores de recuerdos involuntarios que emergerían vívidos, en toda su autenticidad, procurándonos instantes felices. La recreación de estas imágenes del pasado, al estar desprovistas de nuestra personal y engañosa percepción de lo cotidiano, sería más real y satisfactoria. Precisamente por ser involuntarios, por formarse por sí mismos sin nuestra intervención consciente, tendrían un carácter más genuino pues conservarían nuestra propia esencia de otro tiempo. De este modo, esa memoria involuntaria hecha de sensaciones emotivas tendría un poder más realista, más fiel, que el de la propia razón para abrirse paso a través de la maraña de signos que construyen la existencia.

Habitualmente, cuando deseamos traer un recuerdo a nuestra memoria, el esfuerzo de la imaginación es tal que la mayoría de las veces, si no todas, acabamos poniendo de nuestra parte las imágenes necesarias para reconstruirlo, consiguiendo más bien una reelaboración de la experiencia original. Sin embargo, las sensaciones, en el sentido proustiano, serían la llave maestra que abriría, sin esfuerzo alguno, nuestro mundo de recuerdos más auténticos. Una realidad formada mediante el rescate de instantes placenteros, como el de la magdalena, que ha quedado como ejemplo evocador de momentos felices.

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