Es indudable que no hace falta dedicarse al noble trabajo de “juntar letras” para tener una relación especial y entrañable con una mascota. Muchas personas, en su afán de explicar la íntima conexión que les une con su animal doméstico, afirman: “le miro, le hablo y lo entiende todo, todito, sólo le falta hablar…”. Por fortuna, y es una opinión muy personal, hoy por hoy no lo pueden hacer. ¿Qué pasaría si nuestros animalillos expresaran con toda claridad lo que piensan de nosotros? ¿Nos dejarían en evidencia comentando en público nuestras miserias y debilidades? Preguntarían con tono sarcástico: ¿de verdad piensas que alguien se va a “tragar ese pestiño” que estás pergeñando? Admito que algún lector pensará, con razón, que esta última pregunta hubiera librado a la humanidad de unos cuantos bodrios.
Precisamente porque son testigos mudos de nuestra intimidad, esa que guardamos con celo de miradas ajenas y nos demuestran su cariño de manera incondicional, son el apoyo ideal para los que se dedican al complicado y caprichoso oficio de escribir. Acompañan sin abrumar, escuchan con interés, no discuten, no imponen horarios y sólo exigen una caricia, una atención, de vez en cuando.Son muchos los autores que a lo largo de la historia han contado con ese amigo fiel que les prestó su aliento, aguantó sus rabietas, sus crisis creativas, las tediosas correcciones, los insomnios y egocentrismos varios. A cambio, han sido premiados con emotivos y sentidos epitafios, han formado parte de las historias creadas por sus amos, se les ha retratado para la posteridad junto a sus famosos dueños, y, sobre todo, recibieron su cariño y agradecimiento.
Precisamente porque son testigos mudos de nuestra intimidad, esa que guardamos con celo de miradas ajenas y nos demuestran su cariño de manera incondicional, son el apoyo ideal para los que se dedican al complicado y caprichoso oficio de escribir. Acompañan sin abrumar, escuchan con interés, no discuten, no imponen horarios y sólo exigen una caricia, una atención, de vez en cuando.Son muchos los autores que a lo largo de la historia han contado con ese amigo fiel que les prestó su aliento, aguantó sus rabietas, sus crisis creativas, las tediosas correcciones, los insomnios y egocentrismos varios. A cambio, han sido premiados con emotivos y sentidos epitafios, han formado parte de las historias creadas por sus amos, se les ha retratado para la posteridad junto a sus famosos dueños, y, sobre todo, recibieron su cariño y agradecimiento.
Mascotas ha habido de todo tipo. Virgilio poseía una mosca. Tras su muerte le organizó un solemne funeral con orquesta de músicos y le erigió un fastuoso mausoleo para velar su eterno descanso y de paso, impedir la expropiación del terreno donde se construyó por tener carácter sagrado. La escritora americana Dorothy Parker acomodó en la bañera de su piso, durante un tiempo, a dos crías de cocodrilo. Tenacitas era el nombre que recibió la langosta que el poeta francés Gérard de Nerval paseaba con orgullo por las calles de París. Charles Baudelaire buscaba inspiración mientras contemplaba su tarántula encerrada en un tarro de cristal, sobre el alfeizar de la ventana situada frente a su escritorio. Grip se llamaba el cuervo que quedó inmortalizado para siempre en Barnaby Rudge una de las novelas de su dueño, Charles Dickens. Fue disecado y puede admirarse en el departamento de libros raros de la Biblioteca Pública de Filadelfia. Además, Grip inspiró el poema más célebre de Edgar Allan Poe, El cuervo.
En casa del matrimonio Bowles, Paul y Jane, convivían dos coatíes, un pato, un armadillo, un ocelote… Pero el favorito del escritor era un loro que le acompañaba a todas partes. Era tal la identificación que sentía con este tipo de ave que ya en su juventud se autorretrataba como un loro. El escritor y crítico literario inglés Cyril Connolly, compañero escolar de George Orwell y Cecil Beaton, fue un enamorado de los lémures. Creía en la reencarnación y estaba convencido de que en otra vida fue uno de ellos. Se rodeó de estos animales y los trataba con la misma consideración que a las personas. Afirmaba que le conectaban con su vida anterior.Para gustos los colores, como hemos visto, pero son los perros y los gatos los que ocupan el top ten de las mascotas confidentes. Son innumerables los escritores que han compartido su trabajo y su vida con ellos.
Comencemos por los gatos. El autor de Rayuela, Julio Cortazar, adoptó uno en su lugar de veraneo que atendía al nombre de Teodoro W. Adorno en honor al conocido filósofo alemán tal y como explica en Más sobre filósofos y gatos. El felino es mencionado en muchos fragmentos de sus cuentos y relatos. Otro enamorado de los mininos fue William Burroughs. Tuvo multitud de ejemplares y los quería hasta el punto de que cuando éstos se ausentaban de casa, en sus habituales escapadas gatunas, lloraba desconsoladamente hasta su vuelta. Todas sus experiencias las recogió en la obra Gato
encerrado. Ernest Hemingway llegó a convivir con 30 gatos, y muchos de ellos compartían una peculiar característica: tenían seis dedos, lo que permitía identificarlos como suyos, cuando se perdían por el barrio. Belcebú, Pecado o Satanás fueron los originales nombres que Mark Twain eligió para los suyos. Antológica fue la emoción desbordada e incontrolable, a pesar de los tranquilizantes, con que Fernando Sánchez Dragó manifestó, en el programa radiofónico Te doy mi palabra, la tristeza y angustia por la reciente pérdida de Soseki, su felino. Para más “inri”, el escritor fue el involuntario causante de la muerte de la mascota en un desafortunado accidente doméstico. Gato y amo compartieron platós televisivos, entrevistas y juntos viajaron a Sevilla en el AVE en categoría club (Soseki con su propio billete y asiento). El famoso musical Cats lo inspiró el poemario que T.S. Eliot dedicó íntegramente a los gatos, con los que el autor estaba obsesionado.
Y qué decir de los perros. Virginia Woolf escribió Flush, la biografía del perro del mismo nombre. La escritora intentó penetrar en la mente del can y describir el mundo tal y como éste lo podía percibir. Tenía dos ejemplares favoritos Grizzle y Pinka. La novelista quedó traumatizada cuando, al volver de un viaje por Europa, se enteró de que Pinka había muerto en su ausencia. Para mostrar el enorme afecto que Truman
Capote profesaba a su bulldog inglés, Charlie, basta leer una de las cartas que el autor le mandaba desde Kansas, cuando se documentaba para escribir A sangre fría. “Querido Charlie, aquí todos los perros tienen miedo y pulgas. No te gustarían nada. Te echo de menos. ¿Quién te quiere?, T. (¿Quién si no?)”.
Famoso es el epitafio que Lord Byron dedicó a su terranova, Boatswain: “Cerca de este lugar reposan los restos de un ser que poseyó la belleza sin la vanidad, la fuerza sin la insolencia, el valor sin la ferocidad, y todas las virtudes del hombre sin sus vicios”.
Otros autores han dedicado obras al mundo de sus mascotas. Thomas Mann y su Perro y señor. El ensayo de Roger Grenier, La dificultad de ser perro. Mi perra Tulip, del crítico literario y ensayista J. R. Ackerley. Miguel de Unamuno dedicó un sentido poema a su pastor alemán Remo, en el que llega a preguntarse si era Dios mismo quien le miraba desde los ojos del animal. Lux, el galgo de Víctor Hugo, tenía reservado su propio asiento en la mesa familiar. Su dueño pensaba que era la reencarnación de un escritor, amigo suyo, fallecido poco antes de que acogiera al animal. Gertrude Stein afirmaba que la cadencia de los lengüetazos al beber agua de su perro Basket, le ayudaban a ajustar el ritmo de sus escritos. Emily Brontë mientras escribía y leía, usaba a menudo como respaldo el lomo de su enorme mastín Keeper.
Otros autores han dedicado obras al mundo de sus mascotas. Thomas Mann y su Perro y señor. El ensayo de Roger Grenier, La dificultad de ser perro. Mi perra Tulip, del crítico literario y ensayista J. R. Ackerley. Miguel de Unamuno dedicó un sentido poema a su pastor alemán Remo, en el que llega a preguntarse si era Dios mismo quien le miraba desde los ojos del animal. Lux, el galgo de Víctor Hugo, tenía reservado su propio asiento en la mesa familiar. Su dueño pensaba que era la reencarnación de un escritor, amigo suyo, fallecido poco antes de que acogiera al animal. Gertrude Stein afirmaba que la cadencia de los lengüetazos al beber agua de su perro Basket, le ayudaban a ajustar el ritmo de sus escritos. Emily Brontë mientras escribía y leía, usaba a menudo como respaldo el lomo de su enorme mastín Keeper.
Para finalizar, un recuerdo a Troylo, el perro de Antonio Gala. Más de uno recordará la columna que tenía el escritor en la última página del semanario dominical de El País en la década de los 80. Se titulaba Charlas con Troylo y en ella el autor hablaba con su perro sobre lo humano y lo divino. Fue tal la conexión que los lectores tuvieron con Troylo que, tras su muerte, se recibieron en la redacción del periódico más de 27.000 cartas de pésame.
Una en su modestia y, salvando las enormes distancias, también tiene su Troylo particular que se llama Vito. Sé que le encanta lo que escribo porque es rascarle la tripilla y preguntarle: ¿Te gusta?, y, oye, mueve la cola como un descosido. ¿Que hago trampas? Puede, pero a ver quien es el guapo que me demuestra lo contrario.
Una en su modestia y, salvando las enormes distancias, también tiene su Troylo particular que se llama Vito. Sé que le encanta lo que escribo porque es rascarle la tripilla y preguntarle: ¿Te gusta?, y, oye, mueve la cola como un descosido. ¿Que hago trampas? Puede, pero a ver quien es el guapo que me demuestra lo contrario.
Fuentes consultadas:
http://www.yorokobu.es/diez-exquisitas-mascotas-que-pertenecieron-a-escritores/
http://unmundofeliz2.blogspot.com.es/
Perros,
gatos y lémures. Los escritores y sus animales. VV.AA.
Errata Naturae Editores, 2011
0 comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.