Por Marisa Díez
No lo recuerdo, pero mi madre siempre me ha contado que yo, de pequeñita, ya cantaba en la cuna el Lalala de Massiel. Supongo que ella imaginaba escuchar detrás de mis balbuceos aquella canción. Sea lo que fuere, lo cierto es que la música ha formado parte de mi vida desde la más tierna infancia. Mis primeros recuerdos musicales tienen que ver con Joan Manuel Serrat. Mi hermana mayor grababa una cinta de casete, en aquellos aparatos de la época, y me acuerdo nítidamente de la canción que sonaba: Señora, del que se conoce como El disco blanco de Serrat. Yo no tendría más de siete u ocho años, pero desde entonces es uno de mis referentes musicales y nunca he dejado de escucharlo. Aquellas pequeñas cosas de la infancia.
“Uno se cree que los mató el tiempo y la ausencia, pero su tren vendió boleto de ida y vuelta…”
Con la revolución que supone la adolescencia, aunque seguí venerando a Serrat, llegó la influencia de la segunda de mis hermanas y de su mano conocí el fenómeno fan. Entonces, y aunque por mi generación yo debería haber sido más seguidora de los Pecos (que también me gustaban) descubrí que Camilo (sí, Camilo Sesto, ése que desde hace años parece haber perdido el norte y la cabeza) era guapísimo y, además, cantaba bien. A quien no lo pueda creer, le invito a escuchar cualquiera de sus canciones primeras, tipo Algo de mí o Todo por nada, por no hablar de la mítica Getsemaní.
En lo que este hombre ha degenerado después, ya no voy a entrar. Lo que es incuestionable es que fue uno de los mitos de mi adolescencia. Todavía a veces escucho sus canciones.
En la época del instituto, y como en el fondo siempre fui un poco calorrilla (soy de Tetuán, muy cerca de La Ventilla, y eso marca) me atrevo a confesar que me dio por escuchar a Los Chichos y a Los Chunguitos. ¡Qué fuerte! “Dame veneno que quiero morir, dame veneno…” Es que yo siempre he sido muy de barrio.
Después llegaron los 80. Teníamos tanto donde elegir, que te gustaba un poquito de todo. Pasé por varias etapas, pero en general recuerdo adorar el rock andaluz, especialmente Triana. A día de hoy sigo considerando que este grupo compuso verdaderas joyas musicales que resisten sin problemas el paso del tiempo. “Ayer tarde al lago fui con la intención de conocer algo nuevo…”En lo que este hombre ha degenerado después, ya no voy a entrar. Lo que es incuestionable es que fue uno de los mitos de mi adolescencia. Todavía a veces escucho sus canciones.
En la época del instituto, y como en el fondo siempre fui un poco calorrilla (soy de Tetuán, muy cerca de La Ventilla, y eso marca) me atrevo a confesar que me dio por escuchar a Los Chichos y a Los Chunguitos. ¡Qué fuerte! “Dame veneno que quiero morir, dame veneno…” Es que yo siempre he sido muy de barrio.
El heavy nunca me apasionó, aunque podía escucharlo. A lo máximo que llegué fue a las canciones de Leño o Asfalto. Maneras de vivir se convirtió en un himno de la época. Y el Capitán Trueno o el Rocinante de Asfalto sonaban en mi radiocasete de forma habitual. En fin, que podríamos seguir con grupos tipo Nacha Pop, Los Secretos o La Frontera (Hombres G, no, de verdad; con ellos nunca pude: ¿”Te retorcerás entre polvos pica
pica”? ¡Horror! ¿Pero esto qué era?)
Aunque, como os contaba al principio y quizá por aquella canción que escuché de pequeña, siempre he sido muy de cantautores. He seguido durante años a Víctor Manuel, o a Sabina, más recientemente a Ismael Serrano, que tiene esa joyita de canción que se titula Papá, cuéntame otra vez. Pero para no aburriros, dejaremos el tema aquí. En la próxima ocasión os hablaré de la música internacional y de mi pasión por los Dire Straits. Mientras, voy a poner un poco de música, porque pienso que, probablemente, hoy puede ser un gran día.
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