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Me he apropiado del título de la película de Manuel Summers porque ilustra muy bien lo que voy a contar. Hace unos días fui a una tienda de bricolaje. Esperé mi turno mientras atendían a una pareja de mediana edad. Era imposible no oír la conversación. Necesitaban pintura para su dormitorio. Tenían desplegados en el mostrador varios catálogos con toda la gama de colores imaginables. La mujer dudaba entre el blanco daisy, el pearl o el snow. El hombre, nervioso, miraba ora a uno, ora a otro para acabar confesando que le parecían todos iguales y mejor que escogiera ella, total qué más daba si eran todos blancos, qué ganas de complicar la vida con tanto nombrecito, se quejó. Resultado: el matrimonio abandonó el establecimiento enfadado y sin pintura.
La “culpa” de las infinitas opciones la tiene Pantone, una empresa americana creadora del sistema de definición cromática más reconocido y utilizado en el mundo. De ahí que se denomine Pantone al sistema de control de colores. Cada una de sus muestras está numerada, lo que permite recrear exactamente el tono elegido de su paleta. Su influencia es tal que su método se ha extendido desde las artes gráficas a otros sectores que trabajan con el color: textil, interiorismo, pintura, plástico y diseño web. Desde el año 2000, Pantone edita un color del año con nombres tan sugerentes y sofisticados como mandarina tango, orquídea radiante, lirio del tigre o dólar arenoso. El de este año es el rosa cuarzo.
Ya se sabe: “para gustos, los colores”. No hace mucho tiempo, para la gente normal y corriente, no experta en arte, los colores eran primarios. El blanco, blanco y el negro, negro. Lo que quedaba entre ellos se denominaba gris, y aquí paz y después gloria. El rojo todo el mundo lo identificaba con las fresas, las amapolas, la sangre y no se distinguía entre el rojo Valentino, el Ferrari, el arenisca o el aurora. Otro tanto se puede decir del azul, que se asociaba con el mar y el cielo. Así podríamos seguir con todos los demás.
En castellano disponemos de una gran variedad de modismos, dichos y refranes relativos al color y al significado e interpretación que se les atribuye.
El peor parado es el negro. Se suele asociar con lo malo, lo oculto, el dolor y la muerte. Expresiones como “tiene la negra”, “es la oveja negra de la familia”, “dinero negro”, por citar algunas, son muy elocuentes. Hay muchos refranes en la misma línea: “si la nube es negra, cuídate de la piedra”, “el mejor suegro, el vestido de negro”, “no hay ninguna olla sin garbanzo negro”.
En el extremo opuesto se encuentra el rosa. Se identifica con el optimismo, el amor y la felicidad. Ejemplos: “ver la vida de color de rosa”, “vive en una nube rosa”. Recomiendo escuchar La vie en rose en la voz de Edith Piaf, muy ilustrativa al respecto. También tiene una vertiente frívola y superficial en la denominada prensa rosa y hasta un género propio de novela del que Barbara Cartland o Corín Tellado son insignes representantes. El rosa es el color de la feminidad por antonomasia. Serán muy pocas las niñas que se hayan librado de lucirlo en algún momento de su vida. Al igual que el azul es propio de los “machotes” y de aristócratas, por cuyas venas corre sangre celeste, en lugar de carmesí como en el resto de los mortales. Ya lo dice el refranero: “el que quiera azul celeste que le cueste”. No es lo mismo un príncipe cualquiera que uno azul. En mi modesta opinión, Disney es el culpable de que en pleno siglo XXI haya mujeres que sigan esperando uno.
El blanco es interesante. Se identifica con la pureza, la inocencia, la virginidad: “manos blancas no ofenden”, “amigo leal y franco, mirlo blanco”. Es significativo que sea el color de los trajes de cristianar, de la primera comunión, de novia y el que visten en sus hábitos las novicias. Alba es la paloma de la paz. Además, es el único color que se puede mancillar. Sin embargo, también tiene otras asociaciones no tan excelsas: “estoy sin blanca”, “se ha puesto blanco de la impresión”, “no he sabido responder, me quedé en blanco” o cuando uno se pasa la noche en blanco por insomnio o enfermedad.
Hay tonos neutros como el gris y el marrón. El primero se identifica con la mediocridad, el aburrimiento, la indiferencia: una persona, una vida, una ciudad grises… No es casualidad que sea el elegido para muchos uniformes. Sin embargo, también puede significar la sutileza, la ambigüedad, la percepción de matices: “no seas radical, no todo es blanco o negro, hay una gama de grises a tener en cuenta”. Por su parte, el marrón tiene una faceta que lo relaciona con la madera, la calidez, el otoño y otra más ingrata que predomina en el lenguaje coloquial. Sí, el famoso marrón, ese que te hace exclamar: ¡Menudo marrón te has comido, pringao! Los niños, que no se andan con chiquitas, lo tienen clarísimo y lo definen como color caca. Pues eso.
Entre las tonalidades vitalistas y alegres se encuentran el rojo, el naranja y el amarillo. El escarlata se identifica con el amor y la pasión. El corazón de toda la vida ha sido rojo, aunque algunos lo tengan desteñido; pero también se identifica con la ira y la vergüenza: “ponerse como un tomate”, “estar rojo de furia”. Todos los botones y palancas destinados a avisar de peligro o emergencia son rojísimos. La razón es clara, no pasan inadvertidos. ¿Conocéis a algún espía que vista de ese color?
He dejado el verde para el final. Primero, porque se asocia a la esperanza y, segundo, porque donde hay verde existe vida. Sin embargo, no está muy bien visto. Veamos algunos ejemplos: “fruta verde ni buen sabor tiene”, “vieja verde caprichosa, ni fue buena madre ni buena esposa”, “quien de verde se viste por guapa se tiene”. Hay muchas alusiones a la inexperiencia relacionadas con este color. La explicación está en los brotes tiernos de las plantas que son verdes, frágiles, recién expuestos a la vida. También se utiliza cuando se habla mal de alguien: “le ha puesto verde”. La explicación puede residir en la tonalidad del moho al descomponerse la materia orgánica y por ello se asocia con la putrefacción. Pero el matiz más curioso es el erótico-lascivo: “es un viejo verde”. Originariamente, se asociaba con las personas mayores que a pesar de su edad mantenían buena salud. Pero a partir del siglo XVIII se empezó a utilizar con desdén para designar a los ancianos que mantenían conductas lujuriosas, inapropiadas para su edad aunque ellos no estaban muy de acuerdo, obviamente. Un ejemplo muy revelador de esta acepción: “eres un viejo cebolla con la cabeza blanca y el rabo verde”, creo que sobran explicaciones. El mismo sentido se da a los chistes y películas subidos de tono.
Hay otras muchas referencias en nuestra lengua: “ponerse morado”, “pasarlas moradas”, “de noche todos los gatos son pardos”, “del verde al amarillo, va poquillo”. Sesudos estudios dictaminan cómo influyen los colores en nuestro estado de ánimo y comportamiento. Las técnicas de marketing lo saben y lo utilizan sin rubor para que nos decantemos por un producto u otro; no han descubierto nada nuevo, el refranero popular ya lo sabía: “por el color se vende el paño”.
Lo cierto es que el color se percibe alegre, positivo y esperanzador, y el lenguaje lo refleja: “a todo color”, “no hay color”, “tienes mejor color”, “colorido y bonito”. Un día mi hijo, ante una reprimenda por algo sin importancia, me espetó: “Jo, mamá, no lo estropees que llevábamos varios días arco iris. Aunque me consta que no podremos evitar algunos nubarrones negros y grises, hasta que aparezcan, merece la pena intentar vivir en tecnicolor.
Realmente uno va al cine a ver una película en blanco y negro y una infinita gama de grises, claro que ciertamente eso no es así, eso no es así porque lo dice Pantone, ya que si vamos al photoshop vemos que la franja que nos lleva del blanco al negro son 255, no son infinitos, y encima el negro no es un color, ya que el negro es la ausencia de luz y lo que determina los colores es la luz, no hay luz, no hay color. Cosas, ¡qué cosas!
ResponderEliminarQuerido anónimo, ya lo decía la canción de la rubísima Marisol:"La vida es una tómbola, tóm, tóm, tómbola de luz y de color..."
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