Por Juana Celestino
Llevaba un par de días dándole vueltas a mi próxima entrada en este blog y, aunque tengo algunas anotaciones sobre diferentes temas que están en la línea de lo que aquí se publica, ninguno de ellos me acababa de convencer lo suficiente como para sentarme a escribir. La liebre salta cuando menos te lo esperas, y unas pocas palabras cazadas al vuelo en la conversación de una pareja que entraba en mi vagón del metro, me ha dado pie para redactar esta entrada. “Necesitaba contárselo, sobre todo para entenderlo”, dijo con cierto énfasis él, mi “inspirador”, a la chica que le acompañaba. No llegué a saber de qué iban hablando, pues avanzaron hacia el fondo del vagón, lejos de mi radio auditivo, aunque no me importó demasiado, la frase me había atrapado y ya le estaba dando vueltas a ese “contárselo” y “entenderlo”, donde, al parecer, la narración de un hecho daba pie a la lucidez, a la comprensión de algo que antes de expresarlo no se vislumbraba. Así es, verbalizar o escribir sobre algo que nos ha acontecido nos obliga a pensar, a comprender y encontrar un sentido a lo ocurrido. Se trata de contar una historia, algo tan antiguo como la propia humanidad. Podemos imaginar a los primeros hombres alrededor del fuego narrando los sucesos del día a día, ya sean cotidianos como las vicisitudes de una jornada de caza, o de tintes fantásticos como la noticia de la aparición de un relámpago visto por primera vez. Relatos en los que siempre había una interrelación creando en el oyente interés y asombro. Porque, además de la necesidad que tenemos de contar historias, también sentimos placer escuchándolas, un placer beatífico que incluso puede llevar a perdonar la vida, y si no que se lo digan a Sherezade.
Vida y narración van unidas, no existe un pueblo sin leyendas. Los mitos griegos, por ejemplo, esos relatos fabulosos de dioses y héroes que se crearon en la antigüedad clásica, permitieron a sus oyentes una interpretación del sentido del mundo y son una herencia que ha pervivido a través de la memoria colectiva sin importarnos quién los inventó; aunque no son una invención, parten de un enigma existente que se intenta resolver contándolo. El entendimiento se va abriendo paso a través del relato por fantástico que este sea. Gracias a esas fábulas, se pudo dar el proceso histórico necesario hacia la razón, hacia la filosofía, en lo que se ha denominado “del mito al logos”; ambos términos están interrelacionados, pues apuntan al mismo objetivo: comprender el mundo y la condición humana; aunque su propósito principal era el de apaciguar la inquietud de aquellos hombres tratando de dar sentido a lo incomprensible.
Pero muchas veces los acontecimientos de la propia vida escapan a nuestra inteligencia tanto o más que cualquier hecho fantástico. El recientemente fallecido Imre Kertész pudo enfrentarse y sobrevivir al horror que le tocó vivir relatándonos aquella experiencia, incluso llegó a afirmar que es un deber vivir después de Auschwitz, demostrando así que se puede superar el dolor, convivir con él o con su recuerdo si lo contamos, si hacemos una historia de él. El relato también nos ayuda a perfilarnos como individuos, puede que los acontecimientos que narremos les hayan ocurrido a otros muchos, pero es nuestro personal modo de vivir esos hechos y de contarlos lo que nos proporciona un sello de identidad único.Ya lo decía Ortega y Gasset, a la experiencia se le da sentido a través del orden narrativo, necesitamos contar una historia para comprender algo humano personal o colectivo. La vida es para vivirla, sí, pero también hay que contarla para darle forma porque de lo contrario la realidad se nos escapa.
Durante algunos años trabajé en el archivo histórico de la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, lugar fascinante donde los haya por sus maravillosos contadores de historias textiles que, a partir de un boceto, van creando con hebras narrativas una trama que poco a poco va asomando en la urdimbre hasta completar una escena, una historia. Es la imagen perfecta, la vida como un gran tapiz: tejemos la vida, le vamos dando forma con los relatos orales o escritos. Si no fuera así, nuestra experiencia se reduciría a meros retales (bocetos) desperdigados en el tiempo, sucesos vacíos y carentes de forma. La interpretación del tejedor/narrador es necesaria para que asomen las figuras y colores que por sí mismos no podrían existir y solo llegarán a tener vida si les damos forma en el telar narrativo.
Como decía el director de cine Ang Lee a propósito de la película La historia de Pi, necesitamos contar historias. De lo contrario, la vida solo sigue y sigue…
Me encanta la interpretación de "tejer la vida", y la interpretación al contarla que es lo que le da forma, la que sea, por otro lado, completamente subjetiva.
ResponderEliminarSí,le damos cuerpo a la experiencia narrándola. Si no, se convertiría en uno de esos bocetos polvorientos que teníamos en el archivo, que se sabía que existían pero nadie encontraba. Un placer haberte conocido allí, Blancherie.
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