Mosaico de fascículos: El libro gordo de Petete |
Mala hora me parta, si en este cuarto, habitación mía de dos metros y medio por dos metros y poco, que ni a tres metros llega (medida a ojo), más 300 cm. del suelo al techo, y ahí me aprovecho, uno viene a perder el control, el control de lo que acogen sus paredes… Mas esta alcoba, donde velo y hasta me desvelo, buenos sueños también se han dado (holganza aparte): viene a nutrirse de cientos y cientos de papeles, los mil sobrepasa (podría multiplicarse por dos o tres fácilmente). Añádanse algunos cientos más de vídeos y vinilos. ¿Hay alguna definición para todo ello, para la alcoba entera? Un desbarajuste ordenado.
Así la cabeza creía tener cada elemento en su sitio, pero hasta que fui a enumerar los 16 tomos de El Coyote, personaje dotado de antifaz para “desfacer entuertos”, héroe del Oeste que por terrenos de California, Monterrey y alguna incursión en Nuevo México cabalga. Nacido de la pluma de José Mallorquí —mal recordado por ser lectura de Francisco Franco, así lo certifica la película Espérame en el cielo, de Antonio Mercero—, cuando solo alcancé la cifra de quince. ¿Cómo podía ser? Faltaba un tomo, bien sabía que tamaña obra no había abandonado mi estancia, pero por más que los recontaba una y otra vez, la cifra siempre era la misma: quince.
Verdad es que en el revuelo los mantenía: tres tomos, encima del armario; dos, en una estantería sujetando revistas; dos, junto a unas enciclopedias; uno, el que me dispongo a leer, en la mesilla, y siete, en una repisa encima de la puerta. Ya lo veis: quince.
¡Ay, Coyote! ¿Dónde te encuentras? Que busco y busco y no te hallo. Mira que semana tras semana iba al kiosco de prensa a tu encuentro. No es de señorío tu papel, el tiempo amarillo ya se recrea sobre tus hojas. Cada entrega era un libro que alojaba dos novelas, diseñadas las páginas a doble columna de texto. El tomo estaba formado por seis libros, es decir, doce novelas. Encuadernados quedaron, un lomo bastante ancho, algo incómodo para la lectura. Un total de 192 títulos. Lo que se traduce, 96 semanas visitando al quiosquero.
Mira que miro por la alcoba, aquí y allá, allá y aquí. Me subo a la escalera para ver el fondo del armario. Nada. Algo me desespero. Que no, que a nadie se lo he prestado. Cinco estanterías sobre el lateral de la cama, y arriba se apilan un extenso número de revistas, como unas 60 de “Cahiers du Cinema España” y 25 de “Dirigido por…”, y haciendo separación entre ellas encuentro, al fin, el tomo perdido. Se había creado un simulacro de tienda india para ocultar su presencia, ¡qué escondite encontró! Ya te he divisado, ahí estás. Completada queda la cuenta. Los 16 tomos ya están a mi alcance.
El transcurrir de las semanas creaba una relación de confianza con el quiosquero, y el diálogo fluía, “guárdame el fascículo de la semana que viene porque no estaré”, “quizá esto que ha salido te pueda interesar”, “cómo van los exámenes”. Unas conversaciones banales, sí, de ascensor, quizá, pero de trato muy cordial. “Pues el mes que viene me traslado de kiosco —me comunicó—. Cierro este kiosco. No te preocupes por los fascículos porque el viernes por la tarde o el sábado por la mañana puedes ir a recogerlos a mi casa, que está aquí al lado”. Y allí me encaminé durante semanas y semanas. Trabé conocimiento con su familia, un pequeño vínculo surgió.
Costumbre era (es) acudir semanalmente al encuentro del fascículo, el kiosco del barrio es el lugar de la cita, y por aquellos años, digamos década de los ochenta del siglo XX, vine a completar más de una colección. Las paredes de mi habitación bien lo atestiguan, ahí diviso la Historia universal de la literatura, Ediciones Orbis, fascículo que venía acompañado de un libro. Cien semanas me costó terminarla. Y otras tantas deparó la Historia de la música rock, de la misma editorial, aquí se adjuntaba un vinilo, un centenar de Lps acaparé.
A esta fiesta del encuentro semanal también se apuntaron los periódicos, testimonio guarda la alcoba con Historia del cine, que apareció en Diario 16, en el año 1987. En un año, lo que se dice cincuenta y dos semanas, la concluí.
Visitar el cuarto de mi hermana depara encontrar El libro gordo de Petete, Editorial P.T.T. (año 1982). Sí, nuevamente un porrón de visitas al amigo quiosquero. No me escabullo, no. Era su colección de fascículos. Pero ¿quién no se pirró alguna vez con/por el simpático Petete? Ahora lo tengo sobre mis manos, le echo una ojeada, lo mismo trata de sociología que de etimología, tanto le da a la astronomía como a las biografías, aquí encuentro un artículo sobre Ramón María del Valle-Inclán, y todo lleno de dibujitos. Mirad que me está llamando a la lectura.
Y al día de hoy, año 2016, siguen y siguen apareciendo fascículos, diferentes colecciones quedan expuestas en los kioscos. ¿Quién no ha comprado alguna vez fascículos? Claro que desde hace unos años ha aparecido un vocablo en los periódicos: cartilla. Menester es comprar todos los días el periódico y completar la cartilla con los cupones que adjunta. Tal esfuerzo, más una módica cantidad de dinero, tiene su premio, ya sea un juego de sartenes, un PC táctil, un robot aspirador… Mas esto no despierta la concentración cultural que me acercaba al kiosco de prensa, no he caído en sus redes. Claro que muchas colecciones de libros, CDs y DVDs han sacado los periódicos. ¿Poseéis alguna? Sí, un servidor sí.
Mi casa acoge con prestancia cultura de kiosco.
Así la cabeza creía tener cada elemento en su sitio, pero hasta que fui a enumerar los 16 tomos de El Coyote, personaje dotado de antifaz para “desfacer entuertos”, héroe del Oeste que por terrenos de California, Monterrey y alguna incursión en Nuevo México cabalga. Nacido de la pluma de José Mallorquí —mal recordado por ser lectura de Francisco Franco, así lo certifica la película Espérame en el cielo, de Antonio Mercero—, cuando solo alcancé la cifra de quince. ¿Cómo podía ser? Faltaba un tomo, bien sabía que tamaña obra no había abandonado mi estancia, pero por más que los recontaba una y otra vez, la cifra siempre era la misma: quince.
Verdad es que en el revuelo los mantenía: tres tomos, encima del armario; dos, en una estantería sujetando revistas; dos, junto a unas enciclopedias; uno, el que me dispongo a leer, en la mesilla, y siete, en una repisa encima de la puerta. Ya lo veis: quince.
¡Ay, Coyote! ¿Dónde te encuentras? Que busco y busco y no te hallo. Mira que semana tras semana iba al kiosco de prensa a tu encuentro. No es de señorío tu papel, el tiempo amarillo ya se recrea sobre tus hojas. Cada entrega era un libro que alojaba dos novelas, diseñadas las páginas a doble columna de texto. El tomo estaba formado por seis libros, es decir, doce novelas. Encuadernados quedaron, un lomo bastante ancho, algo incómodo para la lectura. Un total de 192 títulos. Lo que se traduce, 96 semanas visitando al quiosquero.
Mira que miro por la alcoba, aquí y allá, allá y aquí. Me subo a la escalera para ver el fondo del armario. Nada. Algo me desespero. Que no, que a nadie se lo he prestado. Cinco estanterías sobre el lateral de la cama, y arriba se apilan un extenso número de revistas, como unas 60 de “Cahiers du Cinema España” y 25 de “Dirigido por…”, y haciendo separación entre ellas encuentro, al fin, el tomo perdido. Se había creado un simulacro de tienda india para ocultar su presencia, ¡qué escondite encontró! Ya te he divisado, ahí estás. Completada queda la cuenta. Los 16 tomos ya están a mi alcance.
El transcurrir de las semanas creaba una relación de confianza con el quiosquero, y el diálogo fluía, “guárdame el fascículo de la semana que viene porque no estaré”, “quizá esto que ha salido te pueda interesar”, “cómo van los exámenes”. Unas conversaciones banales, sí, de ascensor, quizá, pero de trato muy cordial. “Pues el mes que viene me traslado de kiosco —me comunicó—. Cierro este kiosco. No te preocupes por los fascículos porque el viernes por la tarde o el sábado por la mañana puedes ir a recogerlos a mi casa, que está aquí al lado”. Y allí me encaminé durante semanas y semanas. Trabé conocimiento con su familia, un pequeño vínculo surgió.
Costumbre era (es) acudir semanalmente al encuentro del fascículo, el kiosco del barrio es el lugar de la cita, y por aquellos años, digamos década de los ochenta del siglo XX, vine a completar más de una colección. Las paredes de mi habitación bien lo atestiguan, ahí diviso la Historia universal de la literatura, Ediciones Orbis, fascículo que venía acompañado de un libro. Cien semanas me costó terminarla. Y otras tantas deparó la Historia de la música rock, de la misma editorial, aquí se adjuntaba un vinilo, un centenar de Lps acaparé.
A esta fiesta del encuentro semanal también se apuntaron los periódicos, testimonio guarda la alcoba con Historia del cine, que apareció en Diario 16, en el año 1987. En un año, lo que se dice cincuenta y dos semanas, la concluí.
Visitar el cuarto de mi hermana depara encontrar El libro gordo de Petete, Editorial P.T.T. (año 1982). Sí, nuevamente un porrón de visitas al amigo quiosquero. No me escabullo, no. Era su colección de fascículos. Pero ¿quién no se pirró alguna vez con/por el simpático Petete? Ahora lo tengo sobre mis manos, le echo una ojeada, lo mismo trata de sociología que de etimología, tanto le da a la astronomía como a las biografías, aquí encuentro un artículo sobre Ramón María del Valle-Inclán, y todo lleno de dibujitos. Mirad que me está llamando a la lectura.
Y al día de hoy, año 2016, siguen y siguen apareciendo fascículos, diferentes colecciones quedan expuestas en los kioscos. ¿Quién no ha comprado alguna vez fascículos? Claro que desde hace unos años ha aparecido un vocablo en los periódicos: cartilla. Menester es comprar todos los días el periódico y completar la cartilla con los cupones que adjunta. Tal esfuerzo, más una módica cantidad de dinero, tiene su premio, ya sea un juego de sartenes, un PC táctil, un robot aspirador… Mas esto no despierta la concentración cultural que me acercaba al kiosco de prensa, no he caído en sus redes. Claro que muchas colecciones de libros, CDs y DVDs han sacado los periódicos. ¿Poseéis alguna? Sí, un servidor sí.
Mi casa acoge con prestancia cultura de kiosco.
Tengo que reconocer que Petete no me fue especialmente simpático, más bien lo contrario, pero sí estoy de acuerdo con el lema que tenía su voluminosa enciclopedia: "!Una sólida cultura es la herencia más segura!"
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