Por José María Ruiz
La mirada de Forges al fútbol. |
Últimas jornadas de la Liga de Fútbol 2015-16 y la clasificación está en un puño. Con qué pasión la hubiese vivido hace unos años y qué desmotivado me encuentro hoy. Aunque, ya se sabe, en la vida puedes hacer todos los cambios que quieras, pero los colores de tu equipo siempre reinarán en tu corazón.
Apenas he seguido esta competición (que hoy tiene nombre de banco financiero, ¡qué pena, penita!), claro que siempre hago mis cuatro columnas de quiniela. Por jugar, por si toca. No recuerdo cuál ha sido el último partido que he presenciado completo, quizá la final de la Copa de Europa (que ahora se llama Champion League) de hace un par de años entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid (final que este año 2016 vuelve a repetirse). Espectador de televisión, pocas veces acudí a los estadios.
Estadio de asfalto era el patio de mi colegio, coronado con dos porterías de fútbol-sala; estadio de asfalto era la calle de mi abuelo, coronado con porterías de alcantarilla. Allí se dieron los primeros pases de balón. El juego del fútbol fomentaba compañerismo. Es en este recordar cuando oteo las primeras imágenes del balompié a través de los resúmenes que hacia el NO-DO, allí, en el cine de barrio, contemplaba en blanco y negro el verde césped.
Quizá el primer nombre que me venga a la cabeza sea el de Cruyff. Aunque mis referentes fueran Pirri, el libre con visión de juego; Santillana, la mejor cabeza de todos los tiempos, y Miguel Ángel, imposible olvidar aquel paradón que le hizo a Austria en el Mundial del 78. Sí, el Mundial de Fútbol de Argentina, donde España cayó en primera ronda con ese no-gol de Cardeñosa a Brasil, ese campeonato que seguí de principio a fin en el televisor, y donde se encumbró a Kempes. Uno no tenía edad para reflexionar sobre la dictadura en Argentina, ni sobre el papel de la propaganda del fútbol, ni siquiera para concatenar la naranja mecánica holandesa con la película de Kubrick. Veía fútbol y asimilaba su lenguaje.
Serían como cuatro mundiales los que vi completos, recuerdo que hasta pedí vacaciones en el trabajo para hacerlas coincidir con el calendario del evento. Poco importaba que el partido fuese Camerún-Japón, ahí estaba yo frente al televisor. La década de los ochenta trajo consigo a la quinta del Buitre (merengue es mi color), y con ella la radio entró en mi deambular, ese andar por la calle con los auriculares, ya con José María García, ya con Héctor del Mar. Toda la tarde del domingo con la radio al oído pegada. Tiempos aquellos de pasión.
Tiempos aquellos cuando jugaba al fútbol. Esa es la gran palabra: jugar. Fue mi transitar por varias demarcaciones, hasta que de cancerbero me consolidé. Un puesto marcado por la soledad, con el poder de acariciar el balón con las manos (nunca utilicé guantes) y la visión del juego para el posicionamiento correcto. Un área rectangular que el guardameta dibuja en semicircunferencia para tapar ángulos. Y grandes momentos pasé bajo los tres palos, hasta grandes paradas realicé. Era divertido, divertido hasta cuando se perdía. Quizá mi mejor partido fue cuando perdimos 5-1, aquello fue un vendaval, saqué manos aquí y allá, balones rasos y a media altura, uno contra uno y remates de cabeza, fueron veinte paradas, fueron cinco goles. Perdimos, pero me divertí. Lástima que nunca jugase en un campo de césped.
Hoy no encuentro la diversión, quizá porque ya no se juega. Ya no lo veo como un juego, lo diviso como un mercantilismo con brisa fullera. Y los tópicos se arrastran por la boca: “el fútbol es así”, “hay que pensar en el siguiente partido”, “la Liga es muy larga”…. Siento que los jugadores se aburren, están aburridos o son unos aburridos. No siento el fútbol como un juego.
“Fútbol es fútbol” dice el dicho. Un rectángulo para 22 jugadores, para 22 profesionales. ¡Ay, ese “pan y toros”! ¡Ay, este “pan, toros y fútbol”! Como edulcorante de la vida nos lo presentan. He aquí los nuevos gladiadores, he aquí el circo de la televisión de pago. El dinero se ha hecho el gran valedor de esta feria. Y a mí que no me suban a ese carro. Seguiré con mis cuatro columnas de quiniela, no doy para más. He perdido la inocencia, ahora el fútbol es algo más que fútbol, y eso no me gusta.
No, el fútbol no es fútbol, el fútbol debe ser juego. Yo me apunto al juego, a la diversión. ¡Qué lejos va quedando el fútbol de mí!
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