Por Marisa Díez
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Esos pequeños momentos que a veces te ofrece la vida: un suceso inesperado, un acontecimiento imprevisto, un mágico instante… Puede que los hayas buscado o que aparezcan de repente, pero son capaces por sí solos de dibujar una sonrisa en tu rostro, cuando no auténticas carcajadas de felicidad.
Una simple conversación por whatsapp con esa amiga que últimamente anda un poco regularcilla de salud. Unas cervezas compartidas con alguien que regresó del otro lado del océano para disfrutar de sus vacaciones. Un cálido abrazo en el momento más inesperado. Contemplar un cielo plagado de estrellas. Apretar la tecla correspondiente en tu ordenador para reservar ese viaje soñado desde tiempo inmemorial. Escuchar la voz al otro lado del teléfono de esa persona a la que has echado tanto de menos. O la risa contenida de tu madre al relatarte, una vez más, aquellas anécdotas mil veces repetidas.
Y es que, si lo piensas, hace falta poco para dejar de lado la irritabilidad y las malas vibraciones. La vida está llena de pequeños momentos que puedes convertir en indispensables según la importancia que seas capaz de darles.
Pensaba en todo esto mientras compartía una tarde de confidencias con una amiga que acababa de redescubrir un sentimiento parecido a eso que llaman amor y que creía ya tener almacenado y bien guardadito en su memoria, sin grandes esperanzas de volver a revivir algo semejante a una pasión sentimental. Una historia que apareció como por encanto, de puñetera casualidad, mientras buceaba por alguna red social en cualquier rato perdido de una tarde absurda. Y ahí estaba ella, más feliz que una perdiz después de haber descubierto que nunca sabes dónde te puedes encontrar con la mayor de las sorpresas. Confieso que sentí cierta envidia malsana cuando la escuchaba relatar su aventura con ese brillo en la mirada del que ella no era en absoluto consciente, y que hubiera negado con vehemencia si yo me hubiese decidido a hacérselo saber. Pasamos un rato estupendo frente a un par de cervezas, convirtiendo en grande uno de esos pequeños momentos. Bastante tenemos con enfrentarnos a nuestro quehacer habitual, como para dejar escapar estos instantes de sosiego, imprescindibles para continuar.
Así que, cuando decides volver a la lucha diaria, descubres que no está de más aprender a levantar un poco el pie del acelerador y darle a los acontecimientos de tu vida sólo la importancia que merecen. No más, y por supuesto, tampoco menos. Porque sólo con releer mis conversaciones de whatsapp, descubro que puedo encontrar la respuesta a alguna de las preguntas que me habían inquietado durante algún tiempo. Comprendo, por ejemplo, que ir superando etapas día tras día sin caer en la desesperanza ya es suficiente motivo para ser un poquito más feliz. Que si me preocupo por cualquier asunto que no merece la pena, lo único que consigo es robarle un tiempo precioso a lo que de verdad me importa. Y que es absolutamente imprescindible disfrutar de lo que se tiene y saber desprenderse de todo aquello que no te aporta nada, más allá de sinsabores innecesarios.
Por éstas y otras razones, ya veis qué tontería, de ahora en adelante me he propuesto ser un poquito más feliz. Tampoco es que hubiera dejado de serlo; no recuerdo haber pasado demasiados días sin esbozar al menos una pequeña sonrisa, aunque prefiero, dónde va a parar, una sonora carcajada, que libera tensiones, produce beneficios incalculables en tu organismo, es absolutamente recomendable para conseguir una piel más tersa y, además, tiene la capacidad de convertirse en un efecto letal para todas aquellas personas de tu alrededor que se alegrarían de verte hundida y pisando a fondo tu acelerador, sin pararte a disfrutar de esos pequeños detalles que tiene la vida.
Mi amiga lleva un par de días rebuscando en su ayer, supongo que intentando encontrar una razón que logre explicarle cómo ha podido caer de nuevo en esa especie de pasión de gavilanes en la que se encuentra inmersa, así, sin comerlo ni beberlo. Y yo me alegro infinito por ella y por su cara de adolescente turbada y feliz, que me ha llevado a imaginarla convertida en la protagonista de una preciosa canción de Serrat, en la que asegura que “de vez en cuando la vida, se nos brinda en cueros y nos regala un sueño tan escurridizo, que hay que andarlo de puntillas por no romper el hechizo…”.
Me encanta
ResponderEliminarClaro Rosi, aquellas pequeñas cosas, ya sabes. Gracias.
ResponderEliminarPrecioso
ResponderEliminarGracias, Son. Ya sabes que tú también formas parte de esos pequeños momentos.
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