Por José María Ruiz
La radio, un elemento familiar. |
La noticia llegó a través de las ondas: ha muerto Juan Soto Viñolo. No guardaba memoria de ese nombre. ¿Quién era? Al momento se dio la explicación. Y así mi mente viajó hacia un patio empedrado de un pueblo de Ávila. Verano de pantalones cortos, donde las moscas zumbaban en el oído. Cuadro familiar de recogimiento presidido por un aparato de radio.
No deparaban holganza aquellos días de vacaciones; era preceptivo madrugar para llevar a cabo las múltiples tareas. El ordeño de las vacas constituía un primer contacto con el día, la provisión de la materia prima del desayuno (¿qué era eso de pasteurizar?). Después te encaminabas a pastorear o a trillar. Lo mismo pasabas la mañana en la huerta que acarreando agua de la fuente (abrevadero); toma ropa para lavar en el río, vete al pueblo vecino para unas compras… La naturaleza se abría a un renacuajo de ciudad.
Sobre la chimenea quedaba el guiso cocinándose en el perol de barro, no era preceptivo servir en platos, la cuchara, con una hogaza de pan resultaba suficiente.
Algunas tardes la faena continuaba, claro que no eran pocas las sobremesas de plácido descanso, y quedábamos reunidos en el cálido patio, donde libres de ruidos reinaba la radio. Horas al arrullo de tres programas, empezando por una radionovela, todo un folletín, quizá de Guillermo Sautier Casaseca. Poco importaba que marchase por el capítulo doscientos y pico, ya que al momento quedas enganchado mágicamente (quizá por ese nostalgia me alegré cuando encontré en el rastro “La fugitiva”, una novela de Casaseca, que deparó una graciosa lectura). “El consultorio de Elena Francis” tomaba el relevo, su sapiencia resultaba categórica, parecía que su voz provenía de una estancia familiar, como si estuviese sentada en una mecedora junto a una mesa-camilla mientras hacía punto. Cosas de la imaginación, ¿cosas de pulcra feminidad de aquel tiempo? La tarde concluía con un programa musical de peticiones del oyente, casi todas canciones españolas.
Cuando iba a casa de mi abuelo la radio se presentaba como un elemento misterioso, pues llegadas las horas en punto partía hacia su cuarto a oír el transistor (hoy me suena a palabra moribunda este “transistor”, hasta “radio-transistor” he escuchado, mientras hemos vivido con el radiocasete). Se lo aplicaba a la oreja, y cinco minutos después salía. Un reflejo de seriedad alumbrando su rostro. Era lo que tenía asimilar los partes de Radio Nacional. Una meditación ante las noticias del día.
Pero fueron los deportes quienes de verdad me aficionaron al mundo de la radio. Durante esa adolescencia de los catorce años pasaba los fines de semana absorbido por el carrusel que llevaba a cabo José María García, cuando no me iba con Héctor del Mar (El Hombre Gol), que radiaba los partidos del Real Madrid.
Con la segunda adolescencia vine a encender la radio a partir de la medianoche, y mientras mi madre se adormecía escuchando “Encarna de noche”, uno profundizaba en el mundo deportivo de la mano de “Supergarcía”, claro que con las trifulcas que montaba no había forma de conciliar el sueño en paz. Por ello prorrogaba el tiempo con “Polvo de estrellas”, un programa dedicado al cine conducido por Carlos Pumares, y hasta las 04.00 horas lo sintonizaba. Menos mal que las clases de bachillerato eran vespertinas.
En turno de noche trabajaba en las artes gráficas. La radio era una buena compañera para entonar las jornadas, y “A solas contigo”, de María Quirós, suponía un cálido arrullo, un remanso de baladas, de susurrantes peticiones del oyente. Tengo grabado en casete un par de programas con las que rememorar aquellas noches.
Hecho el cuerpo a dormir durante las mañanas, la costumbre seguía siendo la misma los días de descanso. Así, las noches de radio de los fines de semana venía a encontrarme con José Luis Garci y su “Asignatura pendiente”, con el dúo Gomaespuma, o deparaba un “Concierto para empezar el domingo”.
No volverán aquellas maratonianas noches junto a la radio. Quizá como último eco nocturno resuena la voz de Olga Rodríguez narrando el inicio de la guerra promovida por el trío de las Azores, con su falacia de la existencia de armas de destrucción masiva. El 23-F fue conocido también como la noche de las radios; junto al “Hoy por hoy” viví el 11-M. ¿Cuántos aparatos de radio tienes distribuidos por tu vivienda? En verdad, es un habitante más de la casa.
“Si su voz te enamora, no te pases por la emisora” viene a decirse. Mas ya no es tal. Ahora muchas figuras de la radio son reconocidas, poseen rostro, pero cómo era el rostro de Elena Francis. Solo poseía una voz y no era suya, porque fue el periodista Juan Soto Viñolo quien redactaba las respuestas (y pulía las consultas), mientras Maruja Fernández llevaba a cabo la locución. Todo un fenómeno de reeducación bajo los postulados del régimen. Querida Elena Francis, tus falsedades han creado leyenda en la magia de la radio.
Despierto y enciendo el transistor. Convivimos en este paisaje de recuerdos, de historias de la radio.
Cuanta nostalgia de aquellas voces amigas y aquellos aparatos de radio que a veces lo que emitían eran ruidos sincopados. Tu artículo me ha devuelto otras noches, de los últimos '80, cuando compartí el espacio radiofónico con Aberasturi, Marchamalo, Tolentivo, Alicia...Noches mágicas de "Los últimos gatos". Gracias.
ResponderEliminarLa noche se hace más íntima con la radio. Sí, una buena compañera de soledades y alegrías. Aquellos años ochenta fueron un bullicio de ondas radiofónicas.
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