Mentiras piadosas


Por Juana Celestino

Fotograma de Frantz (2016), de François Ozon 



El dolor es inevitable. Externo a nosotros, en cualquier momento puede sorprendernos en forma de malas noticias, pérdidas, injusticia, violencia…, e impactar en nuestra vida como un proyectil que nos hiere física o emocionalmente causándonos sufrimiento. Es una experiencia única, propia e intransferible, a la que cada uno se enfrentará según su discurso interno a partir de sus vivencias, carácter, credo o estado físico, mental y emocional. El apoyo recibido por parte de los demás, sobre todo si el padecimiento afecta a nuestro ánimo, será un elemento más a la hora de procesar el dolor. La mentira, algo que por lo general provoca sufrimiento, paradójicamente puede resultar uno de esos apoyos, un consuelo, cuando la realidad que inventamos le hace al otro la vida más llevadera.

Hace unos días, una amiga de Facebook publicó en su muro un fotograma de Frantz, la película de François Ozon inspirada libremente en Remordimiento, el único drama que conozco del gran maestro de la comedia Ernst Lubitsch. La imagen de Frantz me recordó esta excelente película, un drama sin estridencias ambientado en una posguerra donde Alemania Francia intentan resurgir de sus propias cenizas. Narra el viaje de un soldado francés, Adrien, a un pequeño pueblo alemán para visitar la tumba de otro joven militar, Frantz, fallecido en la Gran Guerra. El misterioso francés se presenta ante la familia del muerto como un antiguo amigo suyo, cuando Frantz vivió en París antes de que estallara la contienda. En ese pueblo de la Alemania profunda el rencor hacia los franceses está aún latente, y el padre de Frantz muestra reticencias hacia quien personifica el bando que ha acabado con la vida de millares de alemanes, entre ellos su hijo. Sin embargo, acaba aceptando a este muchacho que les relata historias de su amistad y les conforta en su tristeza al revivir el recuerdo de un Frantz que no conocieron, el que vivió en París, y pronto el joven francés se convierte en lo más cercano a un sustituto del amado hijo fallecido.
Inicialmente Adrien actúa movido por la culpa. Su deseo es revelar a la familia un secreto, pero cuando llega el momento de hacerlo le falta valor, y en lugar de confesar la verdad termina enredado en una sutil maraña de mentiras piadosas, que le llevan a entablar una delicada relación afectiva con la apenada novia y los padres de Frantz.

En esta historia hay dos mentiras, la que alivia al que necesita el perdón y la que conforta a los que han sufrido la pérdida irreparable de un ser querido. Estos son los elementos en torno a los cuales se estructura un relato donde algunos personajes disfrazan su verdadero yo y construyen una balsámica ficción, que es el eje de su existencia cuando intentan seguir adelante sin saber muy bien cómo. Anna, la novia de Frantz, será quien vaya descubriendo las verdades de Adrien, y tomará la decisión de falsearlas para paliar el sufrimiento de estos seres y así puedan continuar sus vidas. Un auténtico juego de espejos donde la mentira tiene el poder de reconciliar y redimir. La mentira como tabla de salvación, no la que se urde para salir airosos de una situación incómoda, sino la desesperada que ayuda a sobrellevar la muerte de un ser querido y atenúa las penas del malvivir. Un cúmulo de embustes y medias verdades que llevan a uno a preguntarse si es lícito utilizar la mentira cuando con ella se puede paliar el sufrimiento de la persona a quien se dirige. Kant lo vería clarísimo y pronunciaría sin pestañear un “no” rotundo. El filósofo alemán afirmaba que es preferible dejar morir a alguien que mentir por su salvación; según su imperativo categórico, ser veraz es “un sagrado mandamiento de la razón”, un principio ético que ha de ser aplicado siempre sin excepción, aunque cause infelicidad. Kant no me sirve en este caso y vuelvo a preguntarme: ¿debe primar la verdad que destruye por encima de la mentira que ayuda a rehacer unas vidas? Es el dilema de la mentira piadosa donde no hay lugar para imperativos categóricos porque la línea entre lo que está bien o no es tan delgada como el filo de una navaja, y uno decidirá actuar por instinto. Siento escalofríos al imaginar el mundo helador resultante de una ausencia total de cálidas mentiras como las que se tejen en Frantz.

Que cada espectador saque sus propias conclusiones.

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