La "despuesta"

Por Esperanza Goiri




"Soledad con sombrero", Alicia de la Campa


No os molestéis en consultar el diccionario de la RAE porque no vais a encontrar este vocablo. Sin embargo, sí se recoge en el último libro de Luis Piedrahita 222 nuevas palabras sin colorantes y con Cervantes. El término “despuesta” se define como: “Ocurrencia impuntual. Respuesta que acude cuando el interlocutor ya no está delante o cuando el estímulo que la provocó ya se ha desvanecido. Réplica brillante que permanece en la oscuridad”.

Me parece genial. Estoy segura de que, como yo, os habréis encontrado muchas veces en esas situaciones donde por más que buscas a toda velocidad una contestación inteligente, oportuna e ingeniosa para dar réplica a tu interlocutor, te quedas en blanco y encajas como puedes una doble humillación: aceptar tu torpeza y falta de reflejos y contemplar la “sonrisilla” de superioridad y triunfo de quien sabe que has perdido la batalla dialéctica.
Ya en soledad y pasado un tiempo, reproduces mentalmente una y otra vez la conversación con todo detalle. Te martillea en la cabeza y no dejas de darle vueltas. De repente, se abre paso con claridad como el cielo tras una tormenta de verano la contestación que tendrías que haber dado. Te recreas en ella, se te van ocurriendo varias versiones, a cuál mejor y más aguda. Lo comentas al que quiera escucharte: “el memo del vecino del quinto va y me suelta una impertinencia y claro, de entrada, me quedé pegada y no supe qué decir, le tenía que haber contestado…, y le dejo mudo”. Sí, ese es el momento exacto en que la “despuesta” hace acto de aparición, lúcida, sagaz, incontestable y completamente inútil. Al ser conscientes de su invalidez, a toro pasado, nos vuelve a reconcomer la impotencia y esa respuesta tardía no nos aporta consuelo alguno. Ni siquiera nos sirve apuntar esas contestaciones para utilizarlas en otras circunstancias parecidas. Son muchos los condicionantes que escapan a nuestro control e influyen en que una réplica sea la única posible. Por eso, cuando el milagro ocurre y las palabras exactas salen de nuestra boca, precisas y afiladas, una inmensa satisfacción nos embarga. No hay una fórmula mágica para dar con los términos adecuados. Simplemente, sucede.

Hay una anécdota que, a pesar de no poder ser confirmada, refleja muy bien la oportunidad de una respuesta. Varias fuentes cuentan que, finalizada ya su relación amorosa, Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós se cruzaron casualmente en una escalera de un local público. La escritora gallega, con cierta sorna, saludó a su antiguo amante: “adiós, viejo chocho”. A lo que Galdós, sin inmutarse, replicó: “adiós, chocho viejo”. Grosero, tal vez. Brillante, también.

Os dejo, ando muy ocupada elaborando “despuestas” sin parar mientras escucho, atónita, los alegatos y peroratas de quienes se supone nos representan a los ciudadanos de España.

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