Por José María Ruiz del Álamo
Nunca he llevado mi escritura a tiempos tan remotos, y no por detenerme en las Santas Escrituras, que también incidiré con Lot y su parentela, sino por buscar un futuro cuando se desdibuja el presente. Ante ello espero hilvanar el convincente vocabulario para esclarecer este párrafo que sirve de introducción.
La evolución tiende a significar futuro, mientras damos grado de nostalgia al pasado. Aunar los elementos constituiría un hermoso presente. Una utopía. Por ello algunos buscan soluciones para el futuro en el pasado, claro que no vienen a medir las consecuencias de tamaña decisión. Me explicaré con tres ejemplos.
El primero podría situarse en un colegio o en un campus universitario, un centro de enseñanza al que acude un muchacho portando armas semiautomáticas, y al cruzarse con estudiantes abre fuego matando a algunos de ellos. Problema tal tiene una fácil solución, tan simple que nadie había caído en ella hasta que Donald Trump nos ha abierto los ojos: esto no volverá a ocurrir si los profesores portan armas. El enseñante con categoría de “sheriff”. Brillante, ¿verdad?
Todo queda amparado en la segunda enmienda de la Constitución estadounidense (“siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas no será infringido”, 15 de diciembre de 1791), a la cual podría acogerse también el alumnado por si es al maestro a quien le da por disparar. Sería la hora de las pistolas, el duelo en el OK Corral, la pasión de los fuertes se desata.
En boca de Donald, las soluciones son directas. Véase: contra la inmigración, un muro. Un fuerte, que nos atacan los indios. Ya se sabe: “un pueblo armado realiza una mejor ejecución de la legítima defensa y evita que la autoridad gubernamental se vuelva tiránica”. ¿Un profesor es una autoridad gubernamental? ¿El presidente de una república es una autoridad gubernamental? Lo dicho: protejamos el derecho del pueblo estadounidense a poseer y portar armas (nótese el tono irónico).
Mirar hacia atrás puede tener sus consecuencias, que se lo digan a Edith. Sí, el paseo por La Biblia se hace pertinente, y ahí las soluciones se dan de una manera drástica, que algunos vendrán a llamar “justicia divina”. Aquí el pecado viene a cortarse de raíz destruyendo un par de ciudades y aniquilando a toda su población. Adiós Sodoma y Gomorra. Problema resuelto, ¿o no? Porque siempre se puede ir más allá. Así lo narra el Génesis: Lot fue avisado por los ángeles de Yahveh y huyó junto a su familia de aquellos parajes; pero estos ángeles les impusieron la condición de no mirar hacia atrás; mandato que Edith, la mujer de Lot, no cumplió y por ello se convirtió en estatua de sal. Todo un castigo divino.
Muchos creerán que con este episodio se ha llegado al final, porque el problema ha sido solucionado, pero no. La historia tiene su continuación. El pobre Lot, desengañado y viudo, vino a dar un cambio drástico a su vida, se apartó de la sociedad y se marchó a vivir, con sus dos hijas, a una cueva. Las muchachas, no encontrando varón, decidieron emborrachar a su padre y copular con él para tener descendencia. Moab y Amón fueron el fruto de semejante acto.
En definitiva, se castiga la depravación de un pueblo y se provoca un incesto. El resultado fue discutible, causó que unas hijas violasen a su padre, dando lugar a un sucesor que a la vez era hermano, un hijo que también era nieto, y un hermano que se convertía en primo. De ello se deduce que una solución (aunque sea divina) depara múltiples aristas.
Pero volvamos a nuestros días, porque en esta España de 2018 se vislumbra la estatua de sal, una mirada atrás donde se proponen rápidos remedios sin detenerse en las consecuencias. Así ha estallado la susceptibilidad, a la mínima te encasquetan un delito. Corren malos tiempos para la libertad de expresión.
Claro que el primer culpable viene a ser uno mismo, todavía no ha entrado en nuestra cabeza que esta red de internet es un medio de comunicación donde publicamos, y por tanto asumimos conciencia de autor. Nuestras palabras, nuestros escritos (aunque solo sea una frase) nos delatan. Lo escrito queda grabado, no se puede aducir que es una conversación entre amiguetes en una barra de bar. Difundir un texto es un hecho muy serio, y nos exponemos a asumir las consecuencias.
Valga este inciso para constatar que la censura cabalga de nuevo. Se condena, en primera instancia, a una “tuitera” por unos chistes políticos; se lleva a juicio a dos humoristas por llamar “esa mierda” al Valle de los Caídos; se condena a un rapero por enaltecimiento del terrorismo; se ordena el secuestro de un libro por injurias y calumnias; se retira una exposición fotográfica por el qué dirán, se amenaza a una agrupación gaditana que canta chirigotas con llevarla a juicio por mofarse, y cómo olvidar a Javier Krahe, a quien se enjuició por cocinar, menudo cristo se armó; …
Estamos en el límite de imponernos la autocensura. Y pensar que se han recorrido 40 años de democracia para llegar a este punto: a la restricción de la libertad de expresión. ¿Si rimo “Cristina” con “gelatina” iré a prisión?, ¿alguien me entenderá si escribo con letras pixeladas?, ¿si cocino una foto de Francisco iré a juicio?, ¿si publico que una película de Franco “es una mierda” iré a juicio?, ¿qué me pasará si cuento un chiste de mariquitas?...
La mala redacción de los nuevos tipos delictivos conlleva múltiples inseguridades. Véase el delito de odio (el sentimiento como infracción). Véase el caso de la detención de un asesino, el cual es conducido a dependencias policiales, mientras en la calle una multitud clama. Unas voces que pueden incitar al odio, unas voces de furia que pueden generar linchamiento. (De nuevo el salvaje Oeste). ¿Sería razonable encarcelar y enjuiciar a esas voces?
En definitiva: cuidadín con echar la vista atrás, porque convertirte en estatua de sal puede ser el inicio de males mayores.
La evolución tiende a significar futuro, mientras damos grado de nostalgia al pasado. Aunar los elementos constituiría un hermoso presente. Una utopía. Por ello algunos buscan soluciones para el futuro en el pasado, claro que no vienen a medir las consecuencias de tamaña decisión. Me explicaré con tres ejemplos.
El primero podría situarse en un colegio o en un campus universitario, un centro de enseñanza al que acude un muchacho portando armas semiautomáticas, y al cruzarse con estudiantes abre fuego matando a algunos de ellos. Problema tal tiene una fácil solución, tan simple que nadie había caído en ella hasta que Donald Trump nos ha abierto los ojos: esto no volverá a ocurrir si los profesores portan armas. El enseñante con categoría de “sheriff”. Brillante, ¿verdad?
Todo queda amparado en la segunda enmienda de la Constitución estadounidense (“siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas no será infringido”, 15 de diciembre de 1791), a la cual podría acogerse también el alumnado por si es al maestro a quien le da por disparar. Sería la hora de las pistolas, el duelo en el OK Corral, la pasión de los fuertes se desata.
En boca de Donald, las soluciones son directas. Véase: contra la inmigración, un muro. Un fuerte, que nos atacan los indios. Ya se sabe: “un pueblo armado realiza una mejor ejecución de la legítima defensa y evita que la autoridad gubernamental se vuelva tiránica”. ¿Un profesor es una autoridad gubernamental? ¿El presidente de una república es una autoridad gubernamental? Lo dicho: protejamos el derecho del pueblo estadounidense a poseer y portar armas (nótese el tono irónico).
Mirar hacia atrás puede tener sus consecuencias, que se lo digan a Edith. Sí, el paseo por La Biblia se hace pertinente, y ahí las soluciones se dan de una manera drástica, que algunos vendrán a llamar “justicia divina”. Aquí el pecado viene a cortarse de raíz destruyendo un par de ciudades y aniquilando a toda su población. Adiós Sodoma y Gomorra. Problema resuelto, ¿o no? Porque siempre se puede ir más allá. Así lo narra el Génesis: Lot fue avisado por los ángeles de Yahveh y huyó junto a su familia de aquellos parajes; pero estos ángeles les impusieron la condición de no mirar hacia atrás; mandato que Edith, la mujer de Lot, no cumplió y por ello se convirtió en estatua de sal. Todo un castigo divino.
Muchos creerán que con este episodio se ha llegado al final, porque el problema ha sido solucionado, pero no. La historia tiene su continuación. El pobre Lot, desengañado y viudo, vino a dar un cambio drástico a su vida, se apartó de la sociedad y se marchó a vivir, con sus dos hijas, a una cueva. Las muchachas, no encontrando varón, decidieron emborrachar a su padre y copular con él para tener descendencia. Moab y Amón fueron el fruto de semejante acto.
En definitiva, se castiga la depravación de un pueblo y se provoca un incesto. El resultado fue discutible, causó que unas hijas violasen a su padre, dando lugar a un sucesor que a la vez era hermano, un hijo que también era nieto, y un hermano que se convertía en primo. De ello se deduce que una solución (aunque sea divina) depara múltiples aristas.
Pero volvamos a nuestros días, porque en esta España de 2018 se vislumbra la estatua de sal, una mirada atrás donde se proponen rápidos remedios sin detenerse en las consecuencias. Así ha estallado la susceptibilidad, a la mínima te encasquetan un delito. Corren malos tiempos para la libertad de expresión.
Claro que el primer culpable viene a ser uno mismo, todavía no ha entrado en nuestra cabeza que esta red de internet es un medio de comunicación donde publicamos, y por tanto asumimos conciencia de autor. Nuestras palabras, nuestros escritos (aunque solo sea una frase) nos delatan. Lo escrito queda grabado, no se puede aducir que es una conversación entre amiguetes en una barra de bar. Difundir un texto es un hecho muy serio, y nos exponemos a asumir las consecuencias.
Valga este inciso para constatar que la censura cabalga de nuevo. Se condena, en primera instancia, a una “tuitera” por unos chistes políticos; se lleva a juicio a dos humoristas por llamar “esa mierda” al Valle de los Caídos; se condena a un rapero por enaltecimiento del terrorismo; se ordena el secuestro de un libro por injurias y calumnias; se retira una exposición fotográfica por el qué dirán, se amenaza a una agrupación gaditana que canta chirigotas con llevarla a juicio por mofarse, y cómo olvidar a Javier Krahe, a quien se enjuició por cocinar, menudo cristo se armó; …
Estamos en el límite de imponernos la autocensura. Y pensar que se han recorrido 40 años de democracia para llegar a este punto: a la restricción de la libertad de expresión. ¿Si rimo “Cristina” con “gelatina” iré a prisión?, ¿alguien me entenderá si escribo con letras pixeladas?, ¿si cocino una foto de Francisco iré a juicio?, ¿si publico que una película de Franco “es una mierda” iré a juicio?, ¿qué me pasará si cuento un chiste de mariquitas?...
La mala redacción de los nuevos tipos delictivos conlleva múltiples inseguridades. Véase el delito de odio (el sentimiento como infracción). Véase el caso de la detención de un asesino, el cual es conducido a dependencias policiales, mientras en la calle una multitud clama. Unas voces que pueden incitar al odio, unas voces de furia que pueden generar linchamiento. (De nuevo el salvaje Oeste). ¿Sería razonable encarcelar y enjuiciar a esas voces?
En definitiva: cuidadín con echar la vista atrás, porque convertirte en estatua de sal puede ser el inicio de males mayores.
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