Por José María Ruiz del Álamo
Fotograma de la película Recuerda (1945), de Alfred Hitchcock. |
Quizá este hecho que voy a comentar sea definido como una peripecia, y sin embargo, apenas fue una sucesión de sensaciones, que, siendo extrañas se dibujan de la forma más natural. Ya fluye, ya se diluye, deparando una vivencia imposible de retener. La mente posee esta inconsistencia.
Todo devino de un estado de ánimo. No lo negaré, aquella noche me embargaba el sosiego. Una paz conquistada tras disfrutar de la belleza de una película, porque contemplar la versión completa de Fanny y Alexander me satisfizo; cinco horas y cuarto de pleno goce. La orquestación de Ingmar Bergman fue magistral. Salí feliz del cine.
Cené abandonado a una relajación, que se acrecentó al acostarme. Me di al reposo con un vaso de horchata y la lectura de un libro: Conversaciones íntimas, de Ingmar Bergman. Quince páginas después apagué la luz y cerré los ojos.
Cierto, dormí de campeonato. De un tirón. Y en un lapso mi mente se vio envuelta en imágenes apacibles, blancas, dulces, hermosas. Una historia bullía en mi cerebro desde un plano general, mas sonó el despertador y todo se diluyó. Guardaba la sensación de haberlo “vivido”, claro que se borró al instante. Me perturbó este olvido y ahora me siento extraño ante esta incapacidad de recordar el sueño.
Bien hubiese hecho en seguir el consejo de Billy Wilder: ten un papel y un bolígrafo en la mesilla por si se te ocurre alguna cosa mientras duermes. Él lo llevó a efecto, y una noche se puso a escribir, pero al despertar leyó: “chico encuentra a chica”. Una historia fantástica, muchas películas se fundamentan sobre esa base, no cabe duda.
¿Tendría que hacer una regresión para recordar aquel momento? No me veo tumbado en un sofá como Gregory Peck para que Ingrid Bergman le psicoanalice, y sobre la torturada mente se manifieste Salvador Dalí con el surrealismo (véase la famosa escena de la película Recuerda). Y para ilusión cinematográfica solo tenemos que seguir el camino de baldosas amarillas de El mago de Oz; Judy Garland te lleva más allá del arcoíris. ¿Cómo olvidar el final de la serie televisiva Los Serrano? Todo era un sueño. Allá nos espera el sueño eterno, mientras tanto nos quedan los sueños de juventud, el sueño de alguna noche de verano, los sueños húmedos, los sueños rotos y, por supuesto, las pesadillas. Quizá haya tomado la senda de las fantasías, siempre nos ronda por ahí el cuento de La lechera.
Volvamos al mundo del subconsciente, donde las imágenes nacen cuando estás dormido. Y en ese panorama pululan un par de ficciones recurrentes, que de tarde en tarde vienen a repetirse. Las visualizo. No son originales, podrían tener una explicación analítica, claro que no me ando por esos vericuetos, pero si tenéis una respuesta la acepto.
Véase el primer sueño: sin razón aparente me encuentro en la cornisa de un edificio, mis pies sobresalen asomándose al vacío, hay una considerable altura, las manos buscan aferrarse a la pared, un tiempo después me falla el equilibrio y caigo. De pronto se produce un latigazo en el estómago y despierto. Muchos días después me encontré por segunda vez en tamaña circunstancia me pregunté cómo había llegado allí, haciendo conjeturas desentrañé que estaba dormido. Para corroborarlo salté y desperté con la misma sensación sobre el estómago. En ocasiones posteriores, ya diviso un balcón, avanzo despacio, lo alcanzo, dejo atrás la cornisa y entro en un piso; el despertar se produce suavemente.
El segundo me lleva hacia el terreno del desconcierto: llego a la biblioteca y me dicen que tengo que devolver un par de libros, y por más que pienso y busco no los encuentro, sudo, estoy desorientado y me despierto. Al reproducirse, comencé a deliberar sobre los libros que había sacado de la biblioteca, sus títulos, dónde los tenía, cuál era la fecha de su entrega…, y despertaba confirmando que estaba durmiendo.
Nuestra vida se prolonga con ensoñaciones. Ya se sabe: la vida es sueño. Buenas noches, felices sueños.
Todo devino de un estado de ánimo. No lo negaré, aquella noche me embargaba el sosiego. Una paz conquistada tras disfrutar de la belleza de una película, porque contemplar la versión completa de Fanny y Alexander me satisfizo; cinco horas y cuarto de pleno goce. La orquestación de Ingmar Bergman fue magistral. Salí feliz del cine.
Cené abandonado a una relajación, que se acrecentó al acostarme. Me di al reposo con un vaso de horchata y la lectura de un libro: Conversaciones íntimas, de Ingmar Bergman. Quince páginas después apagué la luz y cerré los ojos.
Cierto, dormí de campeonato. De un tirón. Y en un lapso mi mente se vio envuelta en imágenes apacibles, blancas, dulces, hermosas. Una historia bullía en mi cerebro desde un plano general, mas sonó el despertador y todo se diluyó. Guardaba la sensación de haberlo “vivido”, claro que se borró al instante. Me perturbó este olvido y ahora me siento extraño ante esta incapacidad de recordar el sueño.
Bien hubiese hecho en seguir el consejo de Billy Wilder: ten un papel y un bolígrafo en la mesilla por si se te ocurre alguna cosa mientras duermes. Él lo llevó a efecto, y una noche se puso a escribir, pero al despertar leyó: “chico encuentra a chica”. Una historia fantástica, muchas películas se fundamentan sobre esa base, no cabe duda.
¿Tendría que hacer una regresión para recordar aquel momento? No me veo tumbado en un sofá como Gregory Peck para que Ingrid Bergman le psicoanalice, y sobre la torturada mente se manifieste Salvador Dalí con el surrealismo (véase la famosa escena de la película Recuerda). Y para ilusión cinematográfica solo tenemos que seguir el camino de baldosas amarillas de El mago de Oz; Judy Garland te lleva más allá del arcoíris. ¿Cómo olvidar el final de la serie televisiva Los Serrano? Todo era un sueño. Allá nos espera el sueño eterno, mientras tanto nos quedan los sueños de juventud, el sueño de alguna noche de verano, los sueños húmedos, los sueños rotos y, por supuesto, las pesadillas. Quizá haya tomado la senda de las fantasías, siempre nos ronda por ahí el cuento de La lechera.
Volvamos al mundo del subconsciente, donde las imágenes nacen cuando estás dormido. Y en ese panorama pululan un par de ficciones recurrentes, que de tarde en tarde vienen a repetirse. Las visualizo. No son originales, podrían tener una explicación analítica, claro que no me ando por esos vericuetos, pero si tenéis una respuesta la acepto.
Véase el primer sueño: sin razón aparente me encuentro en la cornisa de un edificio, mis pies sobresalen asomándose al vacío, hay una considerable altura, las manos buscan aferrarse a la pared, un tiempo después me falla el equilibrio y caigo. De pronto se produce un latigazo en el estómago y despierto. Muchos días después me encontré por segunda vez en tamaña circunstancia me pregunté cómo había llegado allí, haciendo conjeturas desentrañé que estaba dormido. Para corroborarlo salté y desperté con la misma sensación sobre el estómago. En ocasiones posteriores, ya diviso un balcón, avanzo despacio, lo alcanzo, dejo atrás la cornisa y entro en un piso; el despertar se produce suavemente.
El segundo me lleva hacia el terreno del desconcierto: llego a la biblioteca y me dicen que tengo que devolver un par de libros, y por más que pienso y busco no los encuentro, sudo, estoy desorientado y me despierto. Al reproducirse, comencé a deliberar sobre los libros que había sacado de la biblioteca, sus títulos, dónde los tenía, cuál era la fecha de su entrega…, y despertaba confirmando que estaba durmiendo.
Nuestra vida se prolonga con ensoñaciones. Ya se sabe: la vida es sueño. Buenas noches, felices sueños.
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