Por José María Ruiz del Álamo
La muerte de Marat (1793), de Jacques-Louis David |
Por principio puso una letra mayúscula (al fin y al cabo cumplía con las normas ortográficas) y conformó una palabra sin pleno significado por sí misma, pero otorgándole un cariz de preposición, ya que anunciaba un comienzo sin saber a ciencia cierta cómo iba a concluir.
Por seguir con la oración, una palabra dio paso a otra para crear una frase, donde ya se hicieron palpables un sujeto y un predicado (para ser correctos), así como un sentido global. Por poner un ejemplo: el párrafo se acaba en este punto.
Por lo cual se aventuró a añadir un punto y aparte, que en verdad tenía la misma forma que el punto y seguido otorgando similar grado de finalización, hecho que no ocurre con los dos puntos y el punto y coma, pues con estos se puede continuar derivando hasta cerrarlo con los puntos suspensivos o directamente con un punto (quién no ha puesto el punto sobre la i).
Por ello fue sumando párrafos hasta crear un texto (con mayor o menor fortuna) donde proyectó un contenido de ideas, imágenes, sentimientos, alguna charada, por no olvidar las humoradas, amén de…, que de todo hay en estos renglones que nos conducen de un extremo al otro.
Por llevar las palabras más allá, vinieron a tallarse negro sobre blanco, y editadas quedaron a la vista del lector, que siguiendo el curso de la narración tornó a formarse una conclusión propia, por tratarse de un diálogo de tú a tú entre dos intelectos.
Por circunstancias mil (por más de mil palabras), hay quien no se toma a bien estas parrafadas; mal que pese a uno y otro, no siempre podemos estar de acuerdo, por más que las líneas de caracteres queden bien constituidas.
Por pura necesidad brota una catarata de frases nacidas de las entrañas. Frases que el alma deja escapar, frases que punzaban de continuo pidiendo a gritos ser lanzadas al exterior. Quizá porque era vital paliar el dolor que producía su silencio.
Por estructurar y “esculpir” en libertad hacia la mente del receptor, cuántos han pagado (y pagarán) con cárcel y han sufrido (y sufrirán) tortura, cuántos ven (y verán, desgraciadamente) cómo su vida se pone en peligro, cómo pueden llegar a ser asesinados a la vuelta de una esquina, cuando no... Pero las palabras seguirán sembrando, así “por los altos andamios de las flores pajareará tu alma colmenera” (Miguel Hernández).
Por escribir, solo por escribir.
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