Por Marisa Díez
Imagen: Getty images |
Jorge y yo nos conocimos en el instituto y aún
conservamos esa complicidad que fuimos cultivando durante años. Pertenece a ese
grupo de personas a quien no necesito explicar con mucho detalle lo que me
ocurre, porque con pocas palabras ya adivina más o menos por dónde pueden ir
los tiros. Nos vemos de higos a brevas, quizá por miedo a que me obligue a
tumbarme de nuevo en ese sillón maldito, más parecido a un potro de tortura,
pero mi confianza en él nunca se ha visto resentida, a pesar de las distancias.
Todo lo contrario de lo que me ha ocurrido con otro tipo de personajes que este
2020 tan peculiar se ha llevado por delante. Estaban a mi alrededor, nunca dudé
de ellos y me han tenido en el limbo durante más de media vida. Ahora puedo
afirmar que me siento satisfecha por haber despejado mi terreno de las malas
hierbas, de la misma manera que me despojé de mis dos muelas del juicio. Desde
entonces me encuentro mucho más sana, más limpia, en definitiva, más feliz, al
haber atajado el mal desde la raíz.
Esta misma
mañana, repasando mi actividad en alguna red social, me he parado a observar una
foto, fechada el uno de marzo, en la que fui a visitar una exposición del Metro
de Madrid. He sentido vértigo y una especie de angustia en el estómago
intentando descubrir alguna señal que pudiera predecir el caos que sobrevino
tan solo unos días después. Ahí estaba yo, tan contenta, posando con mi mejor
sonrisa, sin presagiar lo que se nos venía encima. Porque en este año de marras
hemos perdido demasiado tiempo, algunas relaciones, muestras infinitas de
cariño y la oportunidad de hacernos mejores. Pero a cambio, al menos en mi
caso, he conseguido averiguar qué parte de mi entorno deseo conservar intacto y
cuál necesita cambios urgentes o, directamente, la eliminación. Así que, de la
misma manera que me despojé sin contemplaciones de las muelas del juicio y me
vi obligada a realizar una limpieza en profundidad del resto de mi dentadura, ahora
estoy en la tarea de dilucidar cuántas piezas de mi engranaje consigo conservar
y cuáles dejo definitivamente en el contenedor de desechos. Algunas puede que,
haciendo un esfuerzo, se conviertan en reciclables, pero hay otras que ni la
mejor labor de reconstrucción conseguirá salvar, porque no siempre disponemos
de un Jorge en nuestra vida capaz de reparar lo que ya está roto sin remedio.
Siempre fui
aficionada a buscar el significado de los sueños y me entretiene encontrar
explicaciones en el mundo onírico. Dicen que soñar con la pérdida de las muelas
nos alerta de cambios importantes que traerán consigo consecuencias imprevisibles.
Durante los últimos meses, a menudo he tenido la sensación de estar inmersa en
una pesadilla sin final. Tan solo espero que al despertar encuentre todo limpio
y reluciente a mi alrededor, porque ya no tengo ganas de volver a hacer
limpieza.
Muy cierto me encanta la forma de decirlo! Gracias.
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