De muelas y malas hierbas

Por Marisa Díez


Imagen:  Getty images

Empecé 2020 con un dolor de muelas. Quizá este hecho tuvo un valor premonitorio que entonces no fui capaz de percibir. Lo único cierto es que el primer día del año lo pasé como pude, anestesiada bajo los efectos de un cóctel de analgésicos y antiinflamatorios. Así que, a la mañana siguiente, no me quedó más remedio que marcar el teléfono de mi protésico particular para suplicarle ayuda. Aunque en su día estudió Magisterio, mi amigo Jorge decidió seguir la tradición paterna y empeñándose hasta las cejas, montó una clínica dental, lugar que jamás visito ante el miedo acérrimo que me produce semejante especialidad sanitaria. Después de desearnos toda clase de parabienes por el año recién inaugurado, me instó a que acudiera en unas horas a su consulta y así uno de sus odontólogos echaría un vistazo al origen de mis males. Le contesté de forma instintiva que igual ya no hacía falta, porque apenas sentía una leve molestia. “No te duele porque estás dopada. Te dejas de excusas y vienes para acá”, contestó sin atisbo de piedad. Me abstengo de relatar lo que ocurrió en los días siguientes, dos meses de visitas periódicas que terminaron con la promesa de volver a una revisión en verano que todavía tengo pendiente.

 Jorge y yo nos conocimos en el instituto y aún conservamos esa complicidad que fuimos cultivando durante años. Pertenece a ese grupo de personas a quien no necesito explicar con mucho detalle lo que me ocurre, porque con pocas palabras ya adivina más o menos por dónde pueden ir los tiros. Nos vemos de higos a brevas, quizá por miedo a que me obligue a tumbarme de nuevo en ese sillón maldito, más parecido a un potro de tortura, pero mi confianza en él nunca se ha visto resentida, a pesar de las distancias. Todo lo contrario de lo que me ha ocurrido con otro tipo de personajes que este 2020 tan peculiar se ha llevado por delante. Estaban a mi alrededor, nunca dudé de ellos y me han tenido en el limbo durante más de media vida. Ahora puedo afirmar que me siento satisfecha por haber despejado mi terreno de las malas hierbas, de la misma manera que me despojé de mis dos muelas del juicio. Desde entonces me encuentro mucho más sana, más limpia, en definitiva, más feliz, al haber atajado el mal desde la raíz.

Esta misma mañana, repasando mi actividad en alguna red social, me he parado a observar una foto, fechada el uno de marzo, en la que fui a visitar una exposición del Metro de Madrid. He sentido vértigo y una especie de angustia en el estómago intentando descubrir alguna señal que pudiera predecir el caos que sobrevino tan solo unos días después. Ahí estaba yo, tan contenta, posando con mi mejor sonrisa, sin presagiar lo que se nos venía encima. Porque en este año de marras hemos perdido demasiado tiempo, algunas relaciones, muestras infinitas de cariño y la oportunidad de hacernos mejores. Pero a cambio, al menos en mi caso, he conseguido averiguar qué parte de mi entorno deseo conservar intacto y cuál necesita cambios urgentes o, directamente, la eliminación. Así que, de la misma manera que me despojé sin contemplaciones de las muelas del juicio y me vi obligada a realizar una limpieza en profundidad del resto de mi dentadura, ahora estoy en la tarea de dilucidar cuántas piezas de mi engranaje consigo conservar y cuáles dejo definitivamente en el contenedor de desechos. Algunas puede que, haciendo un esfuerzo, se conviertan en reciclables, pero hay otras que ni la mejor labor de reconstrucción conseguirá salvar, porque no siempre disponemos de un Jorge en nuestra vida capaz de reparar lo que ya está roto sin remedio.

Siempre fui aficionada a buscar el significado de los sueños y me entretiene encontrar explicaciones en el mundo onírico. Dicen que soñar con la pérdida de las muelas nos alerta de cambios importantes que traerán consigo consecuencias imprevisibles. Durante los últimos meses, a menudo he tenido la sensación de estar inmersa en una pesadilla sin final. Tan solo espero que al despertar encuentre todo limpio y reluciente a mi alrededor, porque ya no tengo ganas de volver a hacer limpieza.

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