Por Esperanza Goiri
Circe envidiosa (1892), de John William Waterhouse |
Creo no equivocarme al afirmar que todo el mundo se alegró cuando cayó la última hoja del calendario de 2020. Nos las prometíamos muy felices con el nuevo año. Sin embargo 2021, al que podíamos calificar como “el deseado”, me está empezando a recordar al rey español Fernando VII, denominado también así por las ansias del pueblo de que asumiera el trono para evitar el dominio francés, pero salió rana, y en poco tiempo pasó a ser conocido como el “rey felón”.
A los hechos me remito. Estábamos disfrutando del roscón de Reyes cuando nos encontramos con la primera sorpresa, y no era el haba ni el muñequito escondidos en su masa esponjosa. Un tipo que parecía salido del grupo musical Village People, se paseaba ufano por las salas del Capitolio de los Estados Unidos, seguido de sus secuaces, pretendiendo conseguir por la fuerza lo que las urnas no les habían concedido. El mundo asistía estupefacto al asalto y ocupación del Congreso de uno de los países más poderosos del planeta. La situación, afortunadamente, fue reconducida.
Apenas recuperados del susto, Filomena entró en nuestras vidas. No se presentó de improviso. Chica educada, ya había avisado con antelación de su inminente llegada. La esperábamos emocionados: Madrid nevado y resplandeciente, fotos de ensueño… Pero como esos invitados a los que se acoge por un par de noches y luego se quedan meses en el sofá de tu casa, la Filo ya huele y cansa. Al igual que en los vinilos malos, nos encandiló con su cara A, pero la B ha resultado un fiasco. Bajo su inocente blancura escondía una letal arboricida (en mi calle los ha masacrado a todos); hemos tenido que aprender a caminar como pingüinos y a sortear trampas de hielo, aún así, las urgencias hospitalarias han vivido una continua “fiesta de la escayola” como la calificó uno de los accidentados. Doña Filomena se ha reído a mandíbula batiente mientras veía a los madrileños pegarse por una pala, sumidos en el caos y desconcierto de una ciudad no preparada y mal gestionada para recibirla. Se esperaba poco más que una anécdota y nos llegó un hito. Por desgracia, también ha arrebatado algunas vidas y los daños materiales son incalculables. Mientras tanto la COVID-19, celosa por su protagonismo robado, se ha vengado en forma de tercera ola y juega al despiste camuflada en nuevas cepas.
Si fuera de casa la situación es gélida, dentro nos hemos vuelto a quedar helados ante la avalancha de subida de impuestos, recortes, ERE, ERTE, toques de queda, perímetros de seguridad y demoras en la vacunación. Llamadme loca, pero ante tanta calamidad, tengo la incómoda sensación de que algo o alguien nos está mandando un mensaje, nada sutil, por cierto, y no queremos o no sabemos interpretarlo.
Todas las mañanas relleno una botella grande de agua con “aguantaformo”, resiliencia y resignación cristiana, aromatizadas con limón y jengibre. Añado mi ingrediente secreto y agito el brebaje con brío.Tras unos minutos de reposo, lo bebo a sorbitos a lo largo de la jornada y una de dos: o reviento, o patento el elixir y me forro vendiéndolo.
Pero el ser humano tiene una increíble capacidad de adaptación, está película de terror no podrá con nosotros. O eso espero...
ResponderEliminarSí,la capacidad de adaptación es asombrosa. A muchos si nos dicen que viviríamos esta situación nos hubiéramos reído y sin embargo, aquí estamos, con pataletas, pero aguantando el tirón.Nunca me han gustado las pelis de terror, así que espero que esta se acabe cuanto antes.
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